Industrias tradicionales en Japón se reinventan para sobrevivir
María Roldán / EFE
Los años han tratado con crudeza a industrias tradicionales niponas como la del kimono, cuyos artesanos se han visto obligados a emplear sus técnicas milenarias para crear productos más novedosos como fundas para «tablets».
En una pequeña casa de madera en la turística ciudad de Kioto, en el centro de Japón, Takeshi Nishimura se arrodilla frente a una mesa donde esgrime con soltura un fino cuchillo con el que bosqueja una flor de cerezo.
Para esculpirla utiliza una de las cuatro técnicas tradicionales para tallar, el «kiribori», en la que se emplea un estilete con un filo de medio círculo en posición vertical que gira suave y rápidamente para realizar un agujero circular.
Aunque ésta es su especialidad, también se muestra habilidoso con el «hikibori», utilizada para cincelar líneas con gran precisión.
«No necesito gafas, pero veo mal de lejos. Así que tengo que concentrarme en cosas pequeñas», bromea mientras levanta brevemente la vista en una demostración de su arte.
Junto a él descansa un fardo de diseños con motivos variados, desde florales hasta mitológicos.
Los patrones que antaño sirvieran para teñir un delicado kimono (traje tradicional japonés), modelan hoy el estampado de un vaporoso fular o se usan como motivo de decoración para la funda de cuero de una «tablet».
Nishimura, la segunda generación familiar en el oficio, cumplirá 62 años el próximo mes de marzo, y comenzó a diversificar su negocio hace apenas dos años, cuando comprendió que «tenía que hacer algo en el Kioto contemporáneo».
«Hay que ganarse la vida, y la industria artesanal hoy en día no da para comer», dice con una melancólica sonrisa.
El artesano confiesa que sigue trabajando en la industria de los kimonos, pero que la demanda ha descendido drásticamente. Si en 1971 era de un 100 por cien, en 2013 era únicamente de un 2,6 por ciento.
«Tengo un montón de ideas», añade mientras revolotea por la estancia para tomar en sus manos una funda de «tablet» que diseñó el año pasado y con el que ha viajado hasta París.
«Creo que puedo usar mis habilidades para esto, porque no sólo tienen salida en Japón», añade con decisión.
Nishimura, tarda entre ocho y diez horas en terminar una funda grande, que luego vende por unos 30.000 yenes (220 euros o 250 dólares) a través de su página web y temporalmente en los conocidos grandes almacenes Mitsukoshi de la tokiota Nihombashi.
Además de fundas, Nishimura también realiza grabados en papel para fines decorativos, patrones para estampados de termos, fundas para móviles o tarjeteros.
El artista, que lleva 43 años cultivando su técnica, la aprendió de su padre cuando todavía era habitual para los niños ayudar a sus progenitores con su trabajo. Algo que «no podría pedirle» a sus hijos, inmersos en carreras tan innovadoras y modernas como la informática, porque «hay que ganarse la vida».
Para poder seguir adelante con su labor, Nishimura asegura que cuenta con el apoyo de su esposa, que trabaja para que él pueda desarrollar su profesión.
El «elevado» precio de los kimonos y los «costosos procesos» son algunas de los problemas a los que se enfrenta esta industria según el alcalde de Kioto Daisaku Kadokawa.
Para Kadokawa, que siempre viste un kimono en símbolo de su apoyo a la prenda, éste no es el único sector que atraviesa malos tiempos.
Manufactureras como el de la cerámica o el sake buscan nuevos nichos de comercio para no caer en el olvido y atraer la atención de los extranjeros, que en ocasiones no entienden una «sensibilidad» tan especial como la japonesa en lo que a tradición se refiere.
«Las personas involucradas en estos sectores se esfuerzan al máximo en crear algo perfecto (según la tradición nipona), y a veces estos productos no son apreciados por los visitantes de fuera, así que las ventas no van bien».
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