Mujer pide que la sociedad japonesa sea más consciente de la gravedad del problema
En junio de 2013 una empresaria de mediana edad residente en Tokio comenzó a salir con un hombre, también dueño de un negocio, con el que había trabado amistad un año atrás.
«Él tenía muchos amigos y yo lo veía como una persona agradable, seria», recuerda la mujer, que hoy tiene 36 años, en una entrevista con Mainichi Shimbun.
Sin embargo, un día, él se transformó por completo (o afloró su verdadero yo). Tras comer con unos amigos, subieron a un taxi y, de pronto, el hombre perdió los estribos porque ella no le hizo caso cuando le pidió que se sentara a su lado. La tomó del cuello con ambas manos y comenzó a estrangularla. Luego llegaron a un hotel, donde la golpeó tanto que la mandó al hospital.
La mujer no lo denunció a la policía. “Tenía miedo, porque amenazó con herir a mis padres y amigos”, explica. Cuando ella le dijo para volver a ser solo amigos, él se enfureció y comenzó a llamarla día y noche. Si ella ignoraba sus llamadas, él iba a buscarla al salón de belleza que manejaba y armaba un escándalo.
La mujer llamó por primera vez a la policía una noche de mediados de agosto del año pasado, cuando él se apareció en su casa de súbito. La policía le advirtió que se alejara, pero el sujeto hizo caso omiso.
Más adelante, el hombre le dijo a la mujer a través de un correo electrónico que si ella se casaba con otro y se mudaba la buscaría.
El acoso se detuvo cuando la policía decidió pasar de la advertencia a considerar al hombre como pasible de ser acusado de asalto.
Sin embargo, el salón de belleza permanece cerrado desde el verano pasado porque ella teme que él hostilice a sus clientes. Se ha estado manteniendo gracias a sus ahorros y préstamos. Este mes comenzó a trabajar en otro salón.
Pese a que de alguna manera se puede considerar afortunada porque el hombre ya no lo hostiga y ha conseguido trabajo, cuestiona: “¿Huir es la única salida para las víctimas de acoso?”.
Un policía asignado a su caso la llama periódicamente para asegurarse de que está a salvo. Pese a ello, cada vez que recibe una llamada de un número que no reconoce sus manos comienzan a temblar.
Cuando un desatinado amigo le dijo que ella era responsable de lo que le ocurría por su mal gusto con respecto a los hombres, comenzó a culparse. Por suerte, un abogado que consultó le hizo ver que ella no tenía la culpa de nada. «Solo estabas en una relación sentimental. No has hecho nada malo», le dijo.
«El acecho no es solo una pelea de enamorados», le dice la mujer a Mainichi. «La sociedad tiene que ser más consciente de lo que realmente es, y espero que la gente que conoce a personas que han sido acosadas las apoyen más», recalca.
La mujer no denunció al hombre de inmediato. Tardó en hacerlo. Akiko Kobayakawa, presidenta de una organización sin fines de lucro que atiende casos de acoso, sostiene que tres son las razones principales que explican por qué las víctimas no denuncian a los abusivos: miedo a represalias, afecto por el agresor y un sentimiento de culpa.
Por ello, es importante –afirma Kobayakawa– que las víctimas entiendan que ellas no son culpables y que el acoso es un delito.
Denunciar a los agresores ante la policía es imprescindible, subraya. Aunque algunos creen que una denuncia podría enfurecerlos y empujarlos a ensañarse más con sus víctimas, Kobayakawa sostiene que no avisar a la policía podría hacerles creer que pueden seguir actuando con impunidad.
Finalmente, destaca que el apoyo de la familia y los amigos de la víctima son fundamentales para mantenerla a salvo. (ipcdigital)