Medida podría costarle el puesto a Shinzo Abe, tal como ocurrió con otros gobernantes japoneses
Andrés Sánchez Braun / EFE
Japón asumió el martes la primera subida del impuesto sobre el consumo en 17 años, toda una prueba de fuego para el llamado «Abenomics», el programa de reformas del primer ministro, Shinzo Abe, con el que la tercera economía del mundo pretende salir de casi dos décadas de deflación.
A partir del martes analistas e inversores andarán muy pendientes del frenazo que previsiblemente experimentará el consumo en Japón -un componente económico vital que supone el 60 por ciento de su producto interior bruto (PIB)- en las próximas semanas debido al incremento del gravamen, que pasó del 5 al 8 por ciento.
La mayoría de ellos, e incluso el propio Banco de Japón (BOJ), están convencidos de que el país asiático sufrirá en el trimestre abril-junio su primera contracción en más de un año debido al control del gasto por el que van a apostar los hogares nipones.
El frenesí consumista que han escenificado durante las últimas semanas muchos japoneses hasta ultimísima hora del 31 de marzo para evitar abonar a toda costa este incremento, incluso aunque el coste de los bienes adquiridos no fuera especialmente alto, parece constituir un buen anticipo de dicho parón.
Pese a que la diferencia sea solamente del 3 por ciento, Japón ha vivido únicamente tres subidas del IVA en toda su historia y sigue siendo un país muy sensible a la hora de aplicar cualquier alza en este terreno.
A día de hoy la subida del impuesto sobre el consumo se sigue castigando con dureza en las urnas y es aún un concepto emocionalmente ligado a la pesadumbre económica.
Por un lado, el estallido de la burbuja de activos nipona despuntó poco después de que el primer ministro Noboru Takeshita lograra introducir el IVA por primera vez en abril de 1989, mientras que la subida implementada en 1997 (del 3 por ciento original al 5) le costó directamente el puesto a Ryutaro Hashimoto.
A su vez, Yoshihiko Noda luchó hasta el final para lograr que se aprobara este último incremento a sabiendas de que con ello terminaba de cavar su propia tumba como primer ministro, cargo que le arrebató Shinzo Abe tras una apabullante victoria en las legislativas de diciembre de 2012.
Ahora, la medida, que busca costear la pesada carga que supone la seguridad social para un país con una población muy envejecida sin tener que recurrir a emitir nueva deuda y mejorar así su salud fiscal (la peor del mundo desarrollado), puede suponer una herencia envenenada para los planes de Abe.
Por un lado, muchos economistas consideran que el Gobierno y el BOJ, decididos a terminar con la deflación que afecta a Japón abanderando el famoso «Abenomics», impulsarán medidas de flexibilización monetaria adicionales este verano si el rebote del consumo no es lo suficientemente fuerte.
Los más optimistas creen que el parón no será especialmente agresivo gracias al paquete de estímulo de 5,5 billones de yenes (38.689 millones de euros) aprobado para acolchar el impacto de la subida y a los incrementos salariales que han autorizado muchas empresas japonesas por primera vez en más de un lustro.
Otros, en cambio, temen que una ralentización excesiva del consumo lleve a Abe a aplazar la subida adicional del IVA que acordó el Parlamento para el año que viene (pasará del 8 al 10 por ciento).
Esto podría erosionar seriamente la confianza sobre el compromiso del Gobierno para sanear la deuda pública (que es de más del doble del PIB), hundir el precio de los bonos soberanos y disparar también los tipos a largo plazo con nefastas consecuencias.