Por Jorge Barraza*
¡Lo que es un jugador de fútbol…! Faltando dos minutos, tras un pelotazo largo, en una jugada sucia, confusa, rodeado y hasta empujado por el zaguero polaco Piszczek al borde del área, Franck Ribery tuvo la claridad mental, la iluminación, el talento y el coraje de tirar un taco y dejar a Arjen Robben en posición de gol. Desde luego el holandés hizo su buena parte; estaba con todas las antenas conectadas, primereó al propio Piszczek y a Hummels, la alargó 30 centímetros para salir de la marca de este último y definió cortito ante la salida del arquero Weidenfeller, la figura de la noche en Wembley. Se la cruzó suavecita, Robben, lo justo como para trasponer la raya y llegar al fondo de la red. Lo justo como para ser campeón de Europa. Tan lenta entró que el rival tiene tiempo de verla entrar y agarrarse la cabeza.
Se reivindicó Robben después de muchas frustraciones (incluso de tres situaciones netas que tuvo en el primer tiempo), del penal fallado en la final del año anterior ante el Chelsea, de las críticas a su individualismo. Así es este juego, da revancha cada semana. Y la del holandés es de las grandes. Su nombre perdurará por un siglo en los libros de fútbol.
La historia dirá que el Bayern Munich ganó su quinta Copa de Europa con gol de Robben, sin embargo la proeza técnica fue del francés. Los dos tienen mérito similar.
Pero ya está: quienes jugaron a mano del Bayern ganarán 75 centavos por cada euro apostado. Era el favorito, es su hora y se volvió a cubrir de gloria. Sin sobrarle nada. Por esas cosas del fútbol, Jupp Heynckes se va pisando laureles. Lo reemplazan por Pep Guardiola, pero ya ganó la Bundesliga y la Champions. Le falta la Copa Alemana, que definirá con el Stuttgart el próximo sábado. Y si se le da también allí, quedará desocupado siendo tricampeón y dejándole al catalán la vara en el punto más alto posible. Venía de perder tres finales en los últimos 14 años el club más popular de Alemania. Cortó la racha y ahora amenaza con imponer una hegemonía en Europa y en el mundo. Tiene todo el dinero, la ambición y los jugadores para seguir en racha.
Los ingleses debieron admirar el fútbol alemán en su propio territorio; los alemanes habrán envidiado la clase británica en la presentación del partido, una puesta en escena excepcional, que a veces ni en un Mundial se ve. Teatralizaron una lid de gladiadores medievales en la que los generales eran nada menos que Paul Breitner, el fabuloso lateral izquierdo del Bayern en los ’70, y Lars Rickens, autor del tercer gol del Borussia ante la Juventus en la final europea de 1997.
Y luego hubo un partido, que fue menos apasionante de lo que esperábamos, aunque tampoco nos defraudó. De todo partido de fútbol, hasta del más feo, se extrae algo. “Sueño con que se vayan 3 a 3 al tiempo suplementario”, dijo Beckenbauer antes del juego. No se dio. Aunque una final siempre tiene el voltaje a tope. Se jugó con la tensión lógica de una instancia que da la gloria o el llanto, en la que un error cuesta la campaña entera de un año muy bueno. Cautela, prudencia, ritmo menos intenso y más pausado de lo imaginable, sobre todo tratándose de alemanes. El Bayern no pudo desnivelar al Dortmund, que presionó y ganó el balón, lo administró mejor y generó cierto peligro cada vez que Marco Reus tomaba contacto con el balón. Un jugador que en el Mundial del año próximo puede ser figura descollante. Desequilibra por habilidad, por velocidad y por frontalidad de juego. Y en el mano a mano gana 7 u 8 sobre diez.
Ese primer tiempo fue del cuadro aurinegro, aunque ya ahí comenzaba a perfilarse como heroica la silueta de su excelente arquero Roman Weidenfeller, tapando tres entradas francas de Robben y un par de tiros desde afuera. Al Bayern le costaba armar juego, porque siempre aparecía un botín del Dortmund para desbaratar el intento. Pero con hombres como Ribery, Thomas Muller, Robben, Schweinsteiger, siempre el peligro existe.
Sin las figuras de su rival, sin Mario Gotze para el último partido, Jurgen Klopp hizo honor a lo que se esperaba de él. Dio batalla, puso un equipo magníficamente preparado, que perdió por el canto de una moneda. Los hinchas de todos los clubes lo quieren a Klopp en la Selección Alemana cuando termine el Mundial de Brasil. Lo ven inteligente, pasional, peleador, astuto, transmisor de una mística positiva. Advierten que si tuviera a todos los cracks con él sería invencible.
La segunda parte fue del Bayern. Cedió piernas y terreno el Borussia y pisaron más firmes Javi Martínez y Schweinsteiger. Y el Bayern empezó a oír, a ir, a aproximarse, a llegar. Hasta que se le hizo a dos minutos del final.
Un partido limpísimo, ejemplar diríamos para una final, con un árbitro acertado como hace tiempo no vemos, el italiano Nicola Rizzoli, sumamente aplomado y sin fallas. Da placer cuando el juez tiene este nivel de acierto y no influye en el resultado.
Jupp Heynckes, bicampeón de Europa (ya lo había sido con el Real Madrid) hizo en lo previo un análisis interesante del juego actual: “El fútbol ha cambiado, se ha vuelto más complejo. Por ejemplo, es más rápido, tienes menos espacios libres y debes jugar en esos espacios más pequeños. Además hay que presionar y seguir presionando. Todos esos aspectos son muy importantes en estos momentos». Fue lo que se dio en el partido entre dos equipos que no se dieron ventajas. Ganó quien tuvo los gramos de talento justo para sacar una mínima luz de ventaja.
Lo más difícil del fútbol es ser campeón. Hay que saber serlo. Bayern lo supo y lo mereció, sobre todo cuando en la semifinal aplastó al Barcelona. ¡Salud, Bayern…!
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.