Por Jorge Barraza*
Cuando pasen los años y alguien vea el listado de campeones de la Copa del Rey no hará un alto en esta de 2013. Verá apenas un resultado entre muchos (Real Madrid 1 – Atlético de Madrid 2) y seguirá de largo. Por eso habrá que consignar esta conquista del viernes con letras de oro, así quedará resaltada. Lo merece. Diecisiete años después de su última corona de Liga y de su última de Copa, el entrañable Atlético de Madrid graba su nombre por décima vez en la base del trofeo.
Más que una cátedra de fútbol, dio una lección de vida el Atleti. Jugó como se juega una final, como se buscan los sueños y se logran los objetivos: física, futbolística y sobre todo anímicamente puso el 110 por ciento, su alma, su sangre y su piel sobre el césped. En una final altamente pasional, donde rondó la épica. Además, quebró el maleficio contra el Real Madrid. Y en el mismo Bernabéu, con 85.000 fans rugientes. Dando vuelta el marcador, en tiempo extra, con todo el dramatismo imaginable. Rompió una racha siniestra de 14 años sin ganarle un partido a su clásico rival. Y con la yapa de dejarlo embroncado, masticando rabia, protestando todo, ensuciando siempre la victoria del rival, como ha sido norma en este Madrid de Mourinho.
Inolvidable es poco. Histórica es mejor, más acorde. Así quedará grabada esta victoria rojiblanca en el imaginario de sus hinchas.
Con menos plantel le ganó, aunque con más determinación. Desde la sencillez, sabiendo que debía echar el resto para abrazar la gloria. Una falla seria de Suárez con el equipo en ataque (perdió una pelota clave en media cancha y generó un electrizante contraataque de Benzema y Ronaldo) derivó en córner. En el tiro de esquina, Godín perdió la marca del portugués y Falcao, a su lado, no saltó. Demasiada ventaja para un mortífero cabeceador como Cristiano. Testazo y 1 a 0. Apenas iban 13 minutos de juego. ¡Otra derrota más…! ¡Otra humillación más! ¡Un nuevo título que se escapa…! Pensamientos que flotaron en millones de cabezas ‘colchoneras’.
Sin embargo, el Atlético siguió concentrado, entusiasta, ordenado, valiente. Y a los 35, una sensacional jugada de Falcao García le dio el empate que merecía el cuadro de Simeone. Hizo una proeza técnica el colombiano: en un metro, estando rodeado, dominó una bola difícil, eludió dos veces a Albiol, hizo pasar de largo a Sergio Ramos y metió un pase ‘bochinesco’ a Diego Costa, que definió bien, cruzado, a la ratonera, donde los arqueros no llegan. Y siguió mejor el Atlético, tocando con precisión, aunque de allí al final soportó tres remates en los palos y un par de salvadas mencionables del gigantesco arquero belga Thibaut Courtois.
Se lo notaba confiado al Atlético, sin miedo escénico alguno. Por eso no extrañó el anticipo, cabezazo y gol de Miranda para el 2 a 1. Otro brasileño. Y otro que queda en la historia rojiblanca, como Vavá, como Leivinha, aquel crack de los ’70. Y luego la resistencia, el aguante, lo que hizo más gloriosa la gloria.
A un costado, las frenéticas indicaciones, los saltos de Diego Simeone, que le ha devuelto la vida a este club. Él había sido, como jugador, el abanderado en las últimas conquistas ‘colchoneras’ en 1996, figura, capitán e ídolo. Ahora, desde el banco, le ha tocado hacerlo resurgir. Lo tomó en los últimos puestos del campeonato en diciembre de 2011 y en un año y medio ha obrado un milagro: campeón de la Copa UEFA, de la Supercopa de Europa, de esta Copa del Rey; también acaba de asegurarse por primera vez en 17 años el acceso directo a la Champions League. Le han renovado por 4 años. La hinchada lo ama; después de Vicente Calderón viene el ‘Cholo’.
Nace una era nueva en la vida rojiblanca, y por suerte para el Madrid, acaba otra, esta del técnico portugués que ha sido nefasta para la imagen del club de Di Stéfano y Bernabéu. No por no haber conseguido los títulos que su presencia prometía, sino por enlodar la imagen de señorío del club blanco. El viernes, seguramente, cientos de millones de aficionados neutrales cinchaban a muerte por el Atlético, un conjunto terrenal, con virtudes y defectos, pero querible. En realidad le iban en contra al Madrid por Mourinho, por Karanka (su insoportable asistente), por Pepe, por Sergio Ramos, por el caza-tobillos Xabi Alonso, por Arbeloa, por ciertas actitudes o gestos de Cristiano, por esa prepotencia con que juegan y protestan. Si existe un club sobre la faz de la tierra que no puede quejarse de los árbitros, al menos por los próximos dos siglos, ese club es el Madrid. Pero en cada fallo, por justo que sea, se le van cinco encima a recriminarle al juez. Y no es frente al Atleti o ante el Borussia, contra el Granada también, y contra el Rayo Vallecano, con todos.
Pero cuidado, la inmensa mayoría blanca compró este producto que le vendió Mourinho. Le gustó su fútbol rácano, su cara de aceite de ricino, sus desplantes a la prensa, sus dardos al Barcelona, sus ironías a Pellegrini, al Atlético de Madrid, a todos. Y siempre golpeándose el pecho: “Soy el número uno”. Durante tres años lo apañaron, ahora calladitos. Viendo a los suyos, hasta Bernabéu habrá aplaudido a este Atlético humildón, combativo y ganador.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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