«Venir aquí en este momento de tensión cobra más valor», dice una visitante australiana
Atahualpa Amerise / EFE
Lejos de sembrar el miedo, las graves aunque hasta hoy vacías amenazas norcoreanas han elevado la curiosidad en el lado sur de la fortificada frontera del paralelo 38, donde cada vez más turistas se aventuran para fotografiarse entre puestos militares y tiendas de «souvenirs».
«Al ver en las noticias lo que ocurría en Corea del Norte, me decidí a venir», comenta Michael, un estadounidense de 24 años que trabaja como profesor de inglés en Seúl y que estrenó su nueva cámara réflex en uno de los «tours» a la frontera más militarizada del mundo, llamada paradójicamente Zona Desmilitarizada (DMZ).
La franja terrestre de cuatro kilómetros de largo y 250 de ancho que separa a las Coreas desde la guerra de 1950-53 ha pasado a ser foco de atención mundial después de tres semanas de amenazas del régimen dirigido por Kim Jong-un, que volvió a situar a Corea del Sur y Estados Unidos en el punto de mira de sus misiles.
En contraste con las baterías de artillería supuestamente listas para disparar en la zona norte, hileras de autobuses copaban estos días en el sur el peculiar parque temático de la confrontación, donde cada día cientos o incluso miles de turistas posan junto a vestigios de la guerra tornados monumentos.
«Venir aquí en este momento de tensión cobra más valor», indicó a Efe una australiana de 34 años acompañada de su marido, mientras detrás de ellos los hieráticos soldados de Sur y Norte cruzan serias miradas como cada día en los puestos del Área de Seguridad Fronteriza (JSA) de Panmunjom.
La pareja reservó el «tour» semanas atrás, cuando la situación estaba más calmada, aunque «nunca se nos pasó por la cabeza cancelarlo», asegura él, a pesar de las advertencias norcoreanas de guerra inminente plasmadas en medios de comunicación de todo el mundo.
De hecho, «no solo hay menos cancelaciones, sino que ha aumentado esta semana el número de visitantes a la DMZ», relata satisfecha Kim Su-jin, una veterana guía de la zona que repite al micrófono sus explicaciones habituales en un autocar inusualmente repleto de turistas, la mayoría asiáticos.
«Últimamente casi todos son chinos, más del 90 %», asevera la guía, aunque los acontecimientos de las últimas semanas han atraído a personas de las más diversas nacionalidades, desde Reino Unido hasta Sri Lanka o Macao, e incluso a grupos de jóvenes estudiantes cargados de histórica curiosidad.
Entre ellos un español de 16 años, Nicolás, reconoce que, aunque sus padres en Madrid están «cada vez más preocupados» por su estancia en Corea del Sur, él no tiene miedo en absoluto.
«Nuestros tutores coreanos del programa de intercambio nos han animado a venir a la DMZ, porque dicen que no hay peligro real», explica Nicolás en un perfecto inglés, entre gestos de aprobación de las tres jóvenes estudiantes estadounidenses que le acompañan en esta breve aventura fronteriza.
Sorprendentemente, la percepción de escaso peligro en Corea del Sur se observa incluso en los soldados de segunda línea de la frontera, la mayoría jóvenes en su servicio militar obligatorio de dos años, que comparten las labores rutinarias entre bromas y amagos de complicidad.
Uno de ellos, de unos 20 años, asegura a Efe con gesto relajado «no sentir miedo» a pesar de la proximidad del poderoso e impredecible Ejército Popular norcoreano, que cuenta con 1,1 millones de efectivos por solo 640.000 del Sur.
Corea del Norte también supera en número de tanques, submarinos y misiles a su vecino del Sur, cuyas garantías de seguridad descansan en un armamento más moderno y, sobre todo, en el respaldo incondicional de Estados Unidos.
Preguntado por su disposición al combate, el joven soldado confirma que está «siempre listo para luchar»; eso sí, con una abierta sonrisa que elimina el dramatismo, tanto que podría parecer que el paralelo 38 es la frontera de los Pirineos (entre Francia y España) y la guerra un episodio del pasado solo presente en los relatos de los ancianos.