Gana menos de 650 dólares mensuales y no puede pagar el alquiler de un apartamento
La precariedad del mercado laboral en Japón obliga a muchos japoneses, empleados a medio tiempo, a dormir en estaciones de tren o en cafés debido a que no pueden pagar el alquiler de un apartamento.
Asahi Shimbun expone el caso de Taro, un japonés de 49 años que duerme en estaciones de tren desde la década pasada porque no puede hallar un trabajo estable.
Alrededor de las 5 de la mañana, una estación en Osaka abre sus puertas. Taro entra y se acomoda en un banco para echarse a dormir unas horas.
“Mi paga es tan mala que no puedo darme el lujo de costear el alquiler de un apartamento”, confiesa.
Actualmente, Taro trabaja en una fábrica que produce equipos fotográficos. Recibe 800 yenes por ahora y labora seis horas diarias. Sin embargo, no todos los días tiene trabajo. Lo hace tres o cuatro veces por semana. Así las cosas, al mes apenas gana unos 60.000 yenes (unos 642 dólares).
En los días en que trabaja, Taro compra un boleto de tren de 200 yenes para llegar a su fábrica. Sin embargo, no toma el tren de inmediato, sino que aprovecha para dormir hasta que llega la hora de partir.
Cuando concluye su jornada laboral, retorna a la misma estación de la que salió y espera hasta la medianoche, cuando parte el último tren.
Obligado a abandonar la estación, Taro camina durante un buen rato, se compra algo para comer y mata el tiempo en una librería. Alrededor de las 5 de la mañana, retorna a la estación. No duerme en la calle por temor a un ataque.
Un par de veces a la semana, alquila una habitación privada en un local para ver DVD. Por 1.500 yenes puede permanecer en ella durante once horas. Aprovecha ese “lujo” para bañarse y dormir en un sofá.
Taro le dice a Asahi que está agotado por el estilo de vida que lleva, pero la prefiere a la que padecen los llamados “refugiados de McDonald’s”, personas usualmente desempleadas que pasan la noche en estos establecimientos de comida rápida hasta que cierran.
Sin embargo, es consciente de que algún día tendrá que cambiar de rumbo. «No sé por cuánto tiempo podré continuar con esta forma de vida», reconoce.
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