Jorge Barraza: «Hermetismo mediático»

Jorge Barraza

¿Sería el fútbol tan popular sin el aporte difusor de la prensa…?


Jorge Barraza

Por Jorge Barraza*

Los medios colombianos (tan multitudinarios, en radio especialmente; tan persistentes) no están habituados, pero deberán acostumbrarse: la tenue voz de José Pekerman será escasamente escuchada en radio o televisión. El técnico es un hombre cordial, pero muy poco afecto a las entrevistas. En los últimos cinco años y medio, desde que renunció a la Selección Argentina tras el Mundial 2006, casi no apareció más en la prensa.
La Federación Colombiana misma, a través de su presidente, avisó que el nuevo entrenador nacional sólo dará una conferencia el día anterior a cada partido y otra inmediatamente posterior al juego. Pero, más allá de Pekerman, es la tendencia mundial: tener cada vez menos contacto con el periodismo. En los grandes clubes y en las selecciones, es la tónica predominante. ¿Si está bien…? Hay una realidad: cuanto menos hablan, menos se complican. El de seleccionador nacional es un cargo de mucha exposición. Cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra (seamos sinceros: nunca a favor). Además, el entrenador puede argumentar que lo contrataron para trabajar, no para hacer declaraciones.
El pionero de esta modalidad ha sido Marcelo Bielsa; no concede entrevistas individuales desde hace muchos años. Ofrece una larga rueda de prensa post partido y evita problemas: no tiene desgaste ni pérdidas de tiempo ni malos entendidos. Nadie puede acusarlo de favorecer a tal o cual medio. Ni de vender humo.
En el caso específico de Pekerman, hay que agregar que debe ser muy poco lo que tiene para decir: recién asumió, apenas ha tenido un contacto -y fugaz- con los jugadores. La prudencia indica que, por ahora, lo más conveniente es ver y callar.
También Bolillo Gómez y Leonel Álvarez estaban curados en salud: se remitían a las mínimas y obligatorias declaraciones colectivas pre y post partido. Sin oficializarlo, Gerardo Martino actuaba igual en Paraguay. Tabárez, en Uruguay, da notas, pero contadísimas veces. A Alejandro Sabella lo entrevistamos mano a mano dos semanas atrás. No es proclive, aunque atiende. Markarián no tiene problemas, habla con todo el mundo. Borghi era un micrófono abierto, hoy está un poco más reservado. De su paso por Boca debe haber aprendido que lo mejor es aparecer poco: salía todos los días en la tapa de Olé y quedaba pegado. Porque por regla general (esta autocrítica debemos hacerla), los periodistas toman para titular la frase más picante, la polémica, la metida de pata, la crítica a otro personaje…
Debemos reconocerlo, el periodismo actual no maneja los mismos códigos de antaño, donde el futbolista o el técnico le hacían una confidencia al escriba con el consabido “te lo cuento como amigo, pero no para publicar”. Y se respetaba. Pekerman llega a confiarle eso hoy a un cronista y a los diez minutos se sabe hasta en Pakistán. Seamos honestos: la voracidad periodística, el irrefrenable deseo de primicia, hicieron que los protagonistas se retrayeran, midieran sus palabras, retacearan notas. Viven esquivando, esa es la verdad.
Ahora bien: ¿sería el fútbol tan popular sin el aporte difusor de la prensa…? Si Marca o La Gazzetta dello Sport no vendieran dos millones y medio de ejemplares por día y los canales y las radios no estuvieran estimulando a cada instante la pasión de los millones de hinchas, ¿el fútbol generaría el mismo entusiasmo, sería la tercera, cuarta o quinta industria del mundo… tendría los patrocinadores que tiene…? Y por consiguiente: ¿cobrarían los futbolistas y entrenadores las cifras casi obscenas que cobran…? ¿Los mimaría igual el público…?
Durante el pasado Mundial escribimos una columna titulada “Mucha prensa, poca información”. Aludíamos a este mismo tema: 19.000 hombres de prensa habían sido acreditados para Sudáfrica 2010, enviados para que manden montañas de notas y entrevistas. Pero ocurre que en 35 ó 40 días no hay posibilidad de estar 10 minutos mano a mano con un jugador o un técnico. Se recluyen en búnkers apartados, inaccesibles, atrincherados, custodiados por la policía nacional, la provincial, la municipal, la del torneo, la del mismo complejo en el que residen y la de la propia selección. Llegar a un futbolista es tener que atravesar dos líneas de cuatro con Pepe a la cabeza, Sergio Ramos detrás y el uruguayo Lugano como último hombre. Si uno llega con vida, ya no tiene ánimos ni de preguntar.
Entonces éramos 19.000 deambulando, compartiendo misérrimos bocados de una misma noticia. Que vino Blatter a ver el partido, que cómo formará Holanda, que si le aplican una segunda amarilla a fulano… Menudencias.
El de entrenador nacional es un cargo deportivo, pero también diplomático y de índole pública. Al país entero le interesa todo lo que tenga que ver con su Selección. Y el periodismo es el ente trasmisor de su palabra. El técnico no puede borrarse del mapa.
Pekerman tiene una modalidad de trabajo y está en su derecho de hablar o no. Ha elegido no. Lo reprobable es que entrenadores y futbolistas que son reacios a conceder una entrevista, que desprecian al periodismo (hay cientos), luego cuando están sin trabajo aceptan jugosos contratos como comentaristas en televisión. Eso también tiene un calificativo: poco digno.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.

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