Fuerzas de Autodefensa fueron claves en labores de rescate y atención a los damnificados
Yoko Kaneko / EFE
La base aérea japonesa de Matsushima, que alberga el «Cuerpo 4» del Ejército, recuerda esta semana el primer aniversario del gran seísmo de marzo y los meses de esfuerzo tras la tragedia, que la convirtió en un centro logístico vital para la ayuda a miles de víctimas.
El fuerte terremoto de 9 grados Richter sacudió con violencia la pequeña ciudad de Higashi Matsushima (a unos 400 kilómetros al norte de Tokio) el 11 de marzo, solo quince minutos después de que los pilotos de su base militar abortaran un entrenamiento aéreo por el mal tiempo.
Doce meses después de aquella catástrofe, la puerta de hierro retorcida que da paso a la sala de espera revela aún la fuerza de la masa de agua que aquel día azotó las instalaciones.
Entrenados para emergencias, los soldados reaccionaron rápidamente a la alerta de tsunami y en la propia base no hubo ninguna víctima, aunque en el pueblo 1.100 vecinos perdieron la vida.
Los técnicos no tuvieron tiempo para proteger sus aviones y helicópteros, y hoy recuerdan cómo desde los pisos altos los vieron bailar durante el temblor, antes de que la fuerza del tsunami de seis metros se los llevara por delante entre barro y escombros.
Un total de 18 aviones de combate F-2, cinco aparatos de prácticas T-4, otros cinco helicópteros de rescate UH-60J y un avión de rescate U-125A fueron engullidos por el agua, con daños que se estiman en unos 79.100 millones de yenes (unos 730 millones de euros o 963 millones de dólares), detalló a Efe una fuente militar.
El 14 de marzo, tres días después del desastre y en plena crisis nuclear, las fuerzas de Auto Defensa (Ejército) emprendieron una misión de emergencia que se prolongaría hasta julio, en la que la base jugó un papel clave.
El «Cuerpo 4», nombre oficial del contingente de Matsushima, empleó un millar de soldados en operaciones de búsqueda y rescate, y sus instalaciones se convirtieron en el centro logístico de la región, aislada sin vías ferroviarias ni carreteras.
Durante la emergencia se llegaron a distribuir 1.600 toneladas diarias de carga desde este centro, cuyas pistas, de 2.700 y 1.500 metros, las limpiaron los propios soldados, aunque restaurar la base llevará unos cinco años.
Por ahora, el desastre ha obligado a los miembros de la escuela militar a trasladarse a Aomori (norte) y a los integrantes de su prestigioso cuerpo de acrobacias aéreas («Blue Impulse») a marcharse a Fukuoka (sur).
En la misma zona se encuentra la base de Sendai, una de las más grandes del Ejército de Tierra con hasta 30.000 efectivos, un hospital militar y el centro administrativo castrense de la región.
El tsunami les obligó a dejar de lado sus tareas habituales y volcarse en la búsqueda de desaparecidos y la distribución de mantas, agua y comida para 5 millones de personas, además de ayudar a los vecinos a retirar barro y escombros.
Curtidos en la experiencia del terremoto de Kobe de 1995, que causó unos 6.000 muertos, los militares aplicaron algunas de las lecciones aprendidas entonces.
Así, pocos días después del seísmo habían instalado baños para un millón de refugiados en 35 lugares, mientras una unidad médica móvil se desplazaba para atender a víctimas en distintos puntos.
En medio de la precariedad reinante aquellos días, las avanzadas herramientas de este hospital de campaña permitieron efectuar unas 45 operaciones quirúrgicas, explican los responsables, que recuerdan también cómo otro equipo militar se dedicaba a repartir hasta 98.000 raciones de comida caliente al día.
Incluso la banda del Ejército tuvo su papel: a partir de abril, los músicos organizaron más de 400 conciertos en las zonas afectadas para levantar el ánimo a los desplazados.
Ahora los militares, lejos de atribuirse méritos, se muestran agradecidos por la ayuda internacional material, pero también por las muestras de «apoyo psicológico».
Y es que tras el tsunami el trabajo más duro fueron los meses en los que el personal militar japonés tuvo que retirar unos 9.500 cadáveres, algo muy alejado de la rutina «habitual», explica un responsable del cuerpo de Sendai.
Por eso, este militar organizaba, al final de las duras jornadas transportando fallecidos, sesiones en las que los soldados compartían sus experiencias para tratar de aligerar el trauma.
Las Fuerzas de Auto Defensa de Japón llegaron a desplegar hasta 107.000 efectivos en un solo día para atender a las víctimas del terremoto y el tsunami, que ocasionó unos 20.000 muertos y desaparecidos.
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