Año nuevo, ojos nuevos. Uhmm…casi casi, porque lo que tengo es un par de relucientes anteojos nuevos. Todavía no me animo a operarme la miopía. Aún le tengo miedo a eso de que me tengan que abrir media cornea con tecnología o con lo que sea.
Salí de la tienda muy contenta pues ahora veo hasta las cosas más mínimas, pero también para mi desgracia vuelvo a ver las realidades femeninas. Esas realidades que vemos en toda mujer cuando se encuentra en la mitad de la vida. Sí, eso que todos sabemos, que a estas alturas todo viene en decaída. Desde la cabeza a los pies.
Empezamos por el cabello que poco a poco se va cayendo, o en algunos casos, con unos fideos de canas. Aquí ni los hombres se salvan, pues o tienen canas o les empieza a asomar una brillante calva. Van cayendo también los párpados y con ello de regalo aparecen las patas de gallo.
Siguiendo de arriba a abajo llegamos a los cachetes, con la imborrable fina estampa tipo mismo Monte Fuji y la clásica V invertida, para que después esa piel que antes era tersa, vaya a dirección al cuello y ahora encima de tener esos rollitos en la pancita también los tenemos en el pescuezo.
Después viene lo traumático, la delantera. Bueno para algunas, porque yo de teteras no tengo nada. Es un punto a mi favor, pues así la gravedad se ve un poco más «solapa». Como bajan las teteritas entoces el paso siguiente es esa cintura que hasta hace poco parecía de veinteañera, pero que en la actualidad se va transformando en una cosa hueva.
Más al sur mejor ni hablar, prosigamos para atrás. Ay! que mal pensados son…
Como seguía diciendo, llegamos a la sentadera. Otro punto a favor mío. Yo soy una persona privilegiada pues Diosito me hizo magia. Nada por aquí, nada por allá, ni delantera ni trasera.
Yo estoy completamente segura que Diosito no fue bueno en matemática y que por ese motivo no logró hacer correctamente la repartición de los bienes. Palabras sabias. Es como me dijo un amigo, es mi autoterapia.
Dónde estábamos? ah ya! después caen los muslos y chorrean las pantorrillas como gelatinas, hasta que llegamos a los tobillos. Tobillos? tobillos? cuáles tobillos! de frente vemos dos pezuñas incrustradas en el piso.
Por Dios, es la ley de la gravedad del sexo femenino.
Qué caray! todo lo que se puede volver a ver, con unos malditos anteojos nuevos.
by Nan
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