Sin embargo, quedan varias interrogantes: el agua radiactiva, la contaminación de los alimentos, la fecha de retorno de los evacuados
La confirmación de que los tres reactores nucleares dañados en Fukushima están en condiciones de «parada fría» supone un paso vital para estabilizar la central, aunque aún serán necesarios años de trabajo para echar definitivamente el telón a la crisis.
El anuncio del primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, ratifica que el Gobierno y la eléctrica TEPCO, operadora de la maltrecha central, están cumpliendo los plazos prometidos hasta ahora en su hoja de ruta para solventar el accidente.
Pero los interrogantes son todavía muchos: desde el estado real del combustible en el núcleo de los reactores al futuro de las toneladas de agua contaminada que se almacenan en la central, el alcance de la contaminación en los alimentos o la fecha de retorno a casa de los más de 80.000 evacuados.
Las condiciones de parada fría -con una temperatura que «en general» no sobrepasa los 100 grados centígrados y emisiones de radiactividad que se han reducido «sustancialmente»- reflejan una estabilidad aún muy frágil.
En los nueve meses que han pasado desde la peor catástrofe en Japón tras la II Guerra Mundial, los operarios japoneses, con la ayuda técnica de países como Francia o Estados Unidos, han logrado hacer auténticos malabarismos técnicos y de ingeniería.
Instalar con éxito un dispositivo para descontaminar el agua, activar un sistema de circulación cerrada para refrigerar los reactores (lo que permitió en julio cerrar la primera fase de la «hoja de ruta») o revestir el reactor 1 con láminas de poliéster han sido algunos de los logros llevados a cabo en condiciones extremas.
Pero todavía existe un número indeterminado de filtraciones de agua contaminada cuya localización se desconoce; en la planta hay montañas de escombros radiactivos sin la protección adecuada, y buena parte de las estructuras dañadas por el terremoto y tsunami todavía deben ser reforzadas.
Desde el temblor de 9 grados de marzo, la central de Fukushima ha vivido incontables réplicas, más de medio millar de ellas superiores a los 5 grados Richter, y al menos tres tifones que obligaron a los operarios, en condiciones precarias, a tomar medidas extraordinarias y que aumentaron el volumen de agua contaminada en la planta.
El líquido almacenado es uno de los mayores problemas a medio plazo. Se calcula que hay al menos 128.000 toneladas de agua contaminada acumulada en la central, donde si la cantidad sigue aumentando los tanques instalados para almacenarla serán insuficientes.
Además, recientes filtraciones han suscitado nuevas dudas sobre hasta qué punto está controlada la planta: hace sólo trece días se detectó una fuga de 45 toneladas de agua con estroncio radiactivo, de las que una parte acabó en aguas del Pacífico antes de que el problema fuera solucionado.
También siguen siendo vulnerables las piscinas de almacenamiento en la parte superior de los edificios de los reactores, especialmente de la unidad 4, que es la que contiene mayor número de varillas de combustible usado y que resultó dañada por un incendio cuatro días después del tsunami.
Según algunos expertos, en caso de que hubiera un terremoto de gran intensidad las piscinas podrían sufrir daños y el combustible de su interior calentarse excesivamente y desprender más radiactividad.
El Gobierno apuntó a que los niveles de radiación en la zona están controlados, aunque a falta de informes detallados, son las autoridades locales las que efectúan el mayor número de mediciones en los pueblos y ciudades más próximos a la central.
El miedo a la radiactividad persiste en la zona y se refleja sobre todo en la preocupación de que los alimentos estén contaminados, aunque el Ejecutivo insiste en que se llevan a cabo exhaustivos análisis para impedir que productos nocivos lleguen al mercado.
Mientras a nivel social se trabaja para garantizar la seguridad y permitir que los refugiados vuelvan a casa, los técnicos se concentran en el plan para desmantelar Fukushima, una operación que llevará hasta cuatro décadas.
Si en Chernóbil se optó por cubrir con un «sarcófago» el reactor dañado para aislarlo del exterior, en el caso de Japón el plan es retirar todo el combustible dañado y desmontar los reactores.
La primera operación es extremadamente compleja especialmente porque se desconoce el estado real del combustible y se cree que, en al menos uno de los reactores, atravesó parte de la base de la vasija que alberga el núcleo.
El plan que se elabora pasa por retirar en dos años el combustible usado en las piscinas de almacenamiento, y posteriormente, sacar el combustible fundido del interior de los reactores 1, 2 y 3 en un plazo cercano a los 25 años.
Solo entonces comenzarán los trabajos para desmantelar las unidades, que se espera concluya en otros 15 años. (Maribel Izcue / EFE)
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