Era el primer gran duelo internacional del comienzo de temporada europea, la marquesina a toda luz: Barcelona-Milan. España vs. Italia… pero todo muy chato, edulcorado…
Por Jorge Barraza*
“¿Milan o Miran…?”, preguntó alguien desde el Twitter. Es que Barcelona tocaba, rotaba, la tenía, la pasaba y el Milan no anticipaba, no corría ni salía a marcar. Refugiado en su área al mejor estilo equipo chico, contemplaba impávido como el cuadro catalán movía la bola. Miraba.
Enfrente, el Barsa (no el mismo de siempre), hacía que era el Barsa, pero no lo era. Su toque carecía de profundidad, del ingenio o la velocidad que generan el desequilibrio. Respetaba su estilo, aunque no lo imponía. Pero, sobre todo, estaba ausente la actitud ganadora que ha convertido a este equipo en el mejor de todas las épocas. Inepto uno, como desganado el otro.
Hasta Messi no semejaba Messi. Desde luego, sin brillar fue el mejor del campo (recibió el premio de la UEFA en tal sentido); como en casi todos los partidos que juega. Le sirvió a Pedro el empate tras gran apilada por izquierda, hizo temblar el palo en un tiro libre, elaboró lo más sutil y profundo de su equipo en zona ofensiva, sin embargo le faltó el picante habitual.
Era el primer gran duelo internacional del comienzo de temporada europea, la marquesina a toda luz: Barcelona-Milan. España vs. Italia, el gran clásico latino desde siempre, diez copas continentales entre ambos, dos historias de oro sobre el gramado, el Camp Nou con 89.861 ubicaciones ocupadas… Y el fulgor de la Champions…
Pero lo único bonito apenas fue el resultado: el 2-2 induce a pensar en una vibrante exhibición futbolera. Ni cerca de eso. Todo muy chato, edulcorado, toquecitos, parecitas, amaguecitos, cositas… Caldito, ni un fideo adentro, ni una papa. Es el fútbol que estamos viendo en todas partes, en todos los torneos: parejo, soso, difícil de desequilibrar. Los frecuentes choques Barcelona-Real Madrid contribuyen generosamente a la popularidad del fútbol. Porque los ve el mundo y son vibrantes (o más que eso, ardientes), dinámicos, reñidos, espectaculares, volcánicos. Ambos se juegan el alma y el honor en cada clásico. Pero más allá de ellos hay otra realidad, menos brillante, normalita, prosaica…
Puede que este histórico e irrepetible Barsa de Guardiola, per se, genere un partido épico ante el Granada o el Viktoria Plzen de República Checa. Pero es el único. Y no responde a la generalidad del fútbol global. No es un tema europeo, sino universal. El fútbol está entregando una dosis mínima de espectáculo. De discreto hacia abajo. Diríamos pobre. Puede haber una suma de factores: 1) Están todos muy avisados de cómo juega el rival. 2) Hay demasiados partidos, ligas, copas, supercopas, recontracopas, eliminatorias, fechas FIFA, torneos amistosos, giras de pretemporada… Hasta los jugadores parecen aburridos. 3) Surgen menos estrellas. Las pocas que hay son ultracodiciadas.
Y ya ha comenzado a tallar la situación económica de los países. Milan es una muestra perfecta. Con Grecia en el precipicio del quebranto económico (el Gobierno ha anunciado que si no consigue dinero urgente, en dos meses no podrá pagar sueldos y jubilaciones), en la cola de naciones con serias dificultades están Portugal, Irlanda, España e Italia… El reciente libro de pases del Calcio fue de una modestia difícil de imaginar unos años atrás. Entre los 8 refuerzos que incorporó, el Milan gastó 11,5 millones de euros. De ellos, 7,5 los pagó por un juvenil volante creativo del Genoa: Stephan El Shaarawy, italiano de origen egipcio de sólo 18 años. Fue su gran apuesta; el resto, préstamos, fichajes de bajo costo. La liga italiana no sólo dejó de ser la compradora número uno, ahora está en vendedora. Y eso damnificará las posibilidades deportivas de sus equipos, que ya no pueden competir con los clubes de España, Inglaterra, Alemania, Rusia…
Entre quienes enfrentaron al Barcelona, Milan alistó a dos jugadores de 35 años (Seedorf y Nesta) y cuatro de 34 (Zambrotta, Van Bommel, Ambrosini y Abbiati). Un equipo envejecido. Van Bommel, un holandés que más parece nacido en Montevideo (raspa de lo lindo), firmó contrato con el rossonero a préstamo por seis meses, como si fuera en Sudamérica; luego le renovaron por un año. Ya en 2009 el club de Silvio Berlusconi debió desprenderse de su máxima estrella, Kaká, entregándoselo a un rival europeo, el Madrid.
El empate no deja de ser insólito. Milan marcó un gol a los 24 segundos (fantástica acción de Pato) y otro a los 92 minutos y monedas. Entre uno y otro, no hizo nada, fue nulo. Incluso el corner del que provino el tanto del empate fue muy discutido. Pareció falta a Abidal antes que tiro de esquina. Pero llegó el centro y el magnífico Thiago Silva perforó la red con un excepcional gesto técnico: soberbia elevación y rotundo impacto de cabeza, similar al que le hizo a Boca en la semifinal de la Libertadores 2008 jugando para Fluminense.
En cuatro días se le escaparon al Barsa cuatro puntos. En la Liga, vencía 2-0 a la Real Sociedad, se dejó estar y le empataron. Acá fue similar, ganaba 2-1 ante un equipo de juego mediocre, se relajó y lo pagó carísimo. Le faltó chispa, energía, ambición, jugó a ritmo de entrenamiento liviano. Es posible que sea un doblete casual, apenas una semana negra. O que estos dos empates marquen que ya ha comenzado a descender del Everest. Quién lo sabe… Lo que está claro, en fútbol y en cualquier orden de la vida, es que sin actitud no hay gloria. Ni siquiera para este fenomenal equipo al que la historia ya le reservó el trono.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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