
La preocupación por el control migratorio, si bien es un tema candente en el discurso político reciente, palidece frente a la contundente realidad económica que está redefiniendo el papel de Japón en el mercado laboral global. A diferencia de las posibles—pero aún no visibles—regulaciones, como las sugeridas por la administración de la Primera Ministra Sanae Takaichi, el factor decisivo que está convirtiendo a Japón en un «país no elegido» es la persistente debilidad económica y la falta de competitividad salarial.
El atractivo del dekasegi (trabajar lejos de tu tierra o extranjero para enviar remesas) se ha desvanecido, marcando un cambio estructural en las tendencias migratorias asiáticas.
El impacto más dramático se observa en el flujo de trabajadores chinos. Un director de una cooperativa tokiota, que intermedia becarios técnicos, dijo al diario Mainichi, bajo anonimato, que los reclutamientos de ciudadanos chinos han «caído en picado».
Las cifras son ineludibles: los becarios chinos en la categoría «Formación Técnica N° 1» se desplomaron de 38.327 en 2015 a solo 11.347 en 2023. Esta disminución de más de dos tercios contrasta con el aumento de la mano de obra vietnamita, que superó los 77.634 en el mismo periodo.
La razón es simple y directa: el salario promedio de un becario, con un ingreso neto de apenas 130.000 o 140.000 yenes al mes, ya no compensa los sacrificios de emigrar. La constante revalorización de las economías vecinas significa que los profesionales y trabajadores cualificados en países como China y Camboya ya obtienen salarios suficientes en su tierra natal, anulando la necesidad de buscar fortuna en el extranjero.
LA BRECHA SALARIAL Y ESTANCAMIENTO JAPONÉS
La brecha salarial es la principal sentencia contra el mercado laboral japonés. A pesar de los publicitados aumentos del salario mínimo, las remuneraciones japonesas permanecen consistentemente por debajo de las ofrecidas por potencias asiáticas como Singapur, Corea del Sur o Taiwán. Esta falta de incentivo económico ha provocado un deterioro en la calidad de los trabajadores que eligen Japón.
El director de la cooperativa lamenta que «las personas con talento ya no tienen razón para venir», lo que se traduce en un aumento de trabajadores menos capacitados. Incluso en mercados emergentes como Indonesia, en los que las agencias japonesas han puesto el foco, el reclutamiento se ha desplazado de la capital, Yakarta, a zonas rurales y remotas.
En el caso de los filipinos, la realidad es que «Japón no permite ganar dinero». Para muchos de ellos, trabajar en Japón es ahora un simple «punto de tránsito» o «trampolín» para adquirir experiencia y luego migrar a destinos de habla inglesa o Europa, donde los salarios son sustancialmente mejores.
Este éxodo de talento y la falta de capacidad para retener a trabajadores cualificados intensifican una escasez de mano de obra crónica, obligando a las empresas japonesas a depender cada vez más de flujos migratorios de países con economías menos desarrolladas, como Sri Lanka, Nepal e India.
Esta realidad deja en evidencia, una vez más, a la campaña antiinmigrante de los partidos políticos derechistas como Sanseito y al ala conservadora del Partido Liberal Democrático. El dilema futuro ya no exactamente que más extranjeros vengan para cubrir las plazas laborales por el envejecimiento de su sociedad, sino que menos inmigrantes vean a Japón como un país laboral y académicamente atractivo. (RI/AG/IP/)
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