
El número de niños nacidos en Japón con raíces extranjeras ha alcanzado una cifra récord: uno de cada 18. Este cambio refleja el creciente peso de las familias migrantes en una sociedad que envejece rápidamente y enfrenta una aguda escasez de mano de obra. Sin embargo, mientras el país avanza en la aceptación de trabajadores extranjeros, el apoyo a sus familias —especialmente a madres e hijos— sigue rezagado.
En Tokio, una trabajadora de una guardería en Setagaya recuerda con pesar el caso de una madre asiática que apenas podía comunicarse. “Su sonrisa era de preocupación. A veces me pregunto si pude haber hecho más”, dijo la maestra al diario Nikkei. La mujer intentaba seguir las reuniones escolares con ayuda de una aplicación de traducción, pero las conversaciones sobre alergias o alimentación eran casi imposibles. “Nunca estuve segura de si realmente entendía lo que queríamos decirle”, añade.
Según el Ministerio de Justicia, Japón contaba a fines de 2024 con 3.76 millones de residentes extranjeros, equivalentes al 3% de la población total. Un estudio de Mitsubishi UFJ Research & Consulting, basado en datos del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar, reveló que en 2024 uno de cada 18 niños nacidos en Japón tenía al menos un progenitor extranjero, frente a uno de cada 32 en 2010. En la práctica, esto significa que en cada aula de primaria puede haber dos estudiantes con raíces extranjeras.
EL SISTEMA JAPONÉS NO ESTÁ PREPARADO
“La tendencia continuará en aumento, sobre todo porque cada vez llegan más trabajadores con altas cualificaciones”, explicó Ayumi Minamida, investigadora principal del mismo instituto. No obstante, los expertos coinciden en que el sistema japonés no está preparado para acompañar a esas familias a pesar de la experiencia que, supuestamente, obtuvo en 30 años de inmigración nikkei latinoamericana.
En Kani-shi, prefectura de Gifu, la directora de la Asociación de Intercambio Internacional, Mayumi Kakami, advierte: “El trabajador extranjero suele recibir cierto apoyo de su empresa o del gobierno local, pero su pareja e hijos quedan fuera de esa red. Ellos son quienes más lo necesitan”.
El idioma es uno de los mayores obstáculos. Muchas madres no dominan el japonés ni el inglés, lo que dificulta los trámites en el ayuntamiento o la comunicación con los centros educativos. La falta de intérpretes y la fragmentación administrativa agravan el problema: la asistencia a extranjeros depende de la sección de “kyosei” (convivencia), mientras que los servicios para madres y niños se reparten entre otros departamentos, como salud materno-infantil o educación preescolar.
SE REQUIERE MEJORAR EN CONVIVENCIA MULTICULTURAL
Algunos esfuerzos comunitarios intentan cubrir esas carencias. La NPO Metanoia, con sede en Adachi (Tokio), enseña japonés a familias extranjeras y advierte que más de la mitad de los niños del grupo kurdo en Kawaguchi-shi no asisten a guarderías ni jardines de infancia. Su director, Takuro Yamada, enfatiza que “enseñarles el idioma y las reglas básicas de convivencia desde pequeños es esencial para evitar su aislamiento cuando lleguen a la escuela primaria”.
Pese a las cifras, las políticas de convivencia multicultural avanzan lentamente. Japón sigue sin reconocer oficialmente una política migratoria, mientras amplía la llegada de mano de obra extranjera para compensar el envejecimiento de su población. Esa contradicción —permitir el trabajo extranjero, pero no invertir proporcionalmente en integración— ha limitado la asignación presupuestal en áreas como educación, apoyo familiar o inclusión lingüística.
Funcionarios del Ministerio de Educación reconocen que “los programas de apoyo a familias migrantes rara vez reciben fondos suficientes”, y advierten que el clima político actual, con el avance de los nacionalistas en el Parlamento, podría endurecer aún más el acceso a los recursos. Con la llegada del nuevo liderazgo en el Partido Liberal Democrático, crece la expectativa de un cambio estructural que priorice la convivencia y no solo la regulación.
Japón, un país que envejece a gran velocidad, necesita mirar a estas nuevas generaciones con raíces diversas como parte integral de su futuro. Ignorarlas no solo sería injusto: sería desperdiciar una oportunidad histórica para revitalizar la sociedad japonesa. (RI/AG/IP/)
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