Un escalofriante caso de abuso infantil ha conmocionado a la región de Chuo, en Hokkaido. Una madre de 31 años fue condenada por infligir una golpiza brutal a su hijo de 10 años, una agresión que se prolongó por diez minutos y que el niño soportó entre sollozos, repitiendo una y otra vez la súplica: «¡Perdón mamá! ¡Lo siento!» La violencia fue presenciada por sus hermanos menores y por el padre, quien mantuvo una actitud de total indiferencia.
La agresión ocurrió la noche del 24 de enero de 2025, en la sala de la casa familiar. La madre, cuyo peso era 1,5 veces mayor que el de su hijo, golpeó la cabeza y el rostro del niño, incluso llegando a pisarlo con ambos pies mientras este yacía en el suelo. El motivo de la ira fue que el niño había pasado, repetidamente, la hora límite de llegada a casa impuesto por sus padres.
El caso salió a la luz cuando un profesor de la escuela del niño notó un moretón en su ojo izquierdo, lo que desencadenó la investigación policial. Lo más revelador para el proceso judicial fue la evidencia recuperada: la violenta paliza fue grabada íntegramente por una cámara de vigilancia que la pareja había instalado en el hogar para monitorizar si los niños salían sin permiso. Aunque los padres intentaron borrar el contenido, la policía logró restaurar las imágenes.
LA CONTRADICCIÓN DE LA «MADRE PERFECCIONISTA
Durante el juicio, la madre —quien se declaró culpable— reveló la dolorosa contradicción de su acto. Describió a su hijo como «un niño muy bueno» que se ofrecía felizmente a ayudar con sus hermanos o ir de compras. Sin embargo, confesó que la violencia era resultado de su frustración porque «las cosas no salieron como esperaba» y por el deseo de «querer la perfección», tanto en sus hijos como en su propio rol de madre.
El problema de fondo, según la defensa, era su profunda soledad y aislamiento. La madre admitió que no tenía suficiente comunicación con su esposo ni una buena relación con sus propios padres, y que nunca buscó ayuda externa en la escuela o en centros de orientación, lo que la llevó a interpretar que la violencia era «una extensión de la disciplina».
CONDENA Y DAÑO IRREPARABLE A LA VÍCTIMA
El 25 de agosto, el Tribunal de Distrito de Sapporo dictó sentencia. El juez Isao Nishi la condenó a un año de prisión, suspendido por tres años con libertad condicional. El juez fue severo al calificar la agresión como de «naturaleza maliciosa, que podría haber provocado un resultado grave».
La condena también puso de manifiesto el profundo trauma del menor: el juez señaló que la víctima «aún se niega a convivir con la acusada», lo que subraya el innegable sufrimiento físico y mental. Aunque la madre fue puesta en libertad bajo fianza y expresó su deseo de pedir perdón al niño y recuperar la vida familiar, el menor permanece bajo protección y separado de su familia.
Citado por el diario Mainichi, el profesor emérito Jun Saijima, director de la Asociación para la Prevención del Abuso Infantil, enfatizó que la clave para prevenir estas tragedias es romper el aislamiento. Saijima señaló que el incumplimiento del horario de regreso por parte del niño probablemente tenía una causa subyacente y se preguntó: «¿No será que no quería volver a casa? ¿No será la violencia la razón?».
El experto urgió a los padres a no guardar sus problemas: «Basta con decir ‘estoy en apuros’ para que los padres se sientan aliviados». La intervención de un tercero como maestros, consejeros o servicios sociales es vital, pues ayuda a los padres a entender que no están solos y actúa como un freno crucial contra la escalada de la violencia, haciendo de la vigilancia continua y el apoyo integral la única vía para garantizar la seguridad de la familia. (RI/AG/IP/)
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