Historia de superación: de ser yakuza a estudiar en la Universidad de Keio

Yoshinori Saito (YouTube)

La vida de Yoshinori Saito, oriundo de la prefectura de Kanagawa e hijo de padres divorciados, comenzó a torcerse cuando estudiaba en sexto grado de primaria.

Durante una clase sobre temas de salud, descubrió que por su tipo de sangre probablemente no era hijo biológico de sus papás.


Sospechando que podía ser adoptado, le preguntó a su mamá por su tipo de sangre, pero ella no le hizo caso.

De allí en adelante, convirtió su vida en actos de rebeldía. Su adolescencia fue un desmadre: alcohol, tabaco y robos.

Fue enviado a un reformatorio a los 17 años.


No se enderezó. A los 20 se unió a una banda que estaba bajo el ala de Yamaguchi-gumi, la organización criminal más grande de Japón.

Tenía 23 años cuando fue arrestado por extorsión. Pasó siete entre rejas.

Cuando fue excarcelado, era un treinteañero que con un pasado turbio a sus espaldas no parecía tener futuro.


Sin embargo, el reencuentro y la reconciliación con su madre cambió su vida.

Ella, como su garante, fue a recogerlo.


En declaraciones a Asahi Shimbun, Saito, hoy un hombre de 48 años, recuerda que su demacrada mamá le dijo: “Estoy feliz de verte bien”.

Abrumado por el arrepentimiento, el hombre se propuso encarrilar su vida. Y lo logró.

¿Cómo? Trabajando duro. Primero, repartiendo periódicos y conduciendo un taxi. Más adelante, creó una empresa inmobiliaria.

Le iba bien, pero quería algo más y a los 42 años se trazó una ambiciosa meta: ingresar a la universidad. Y no cualquiera, sino la de Keio.

Así las cosas, se matriculó en una academia en la prefectura de Hiroshima que aceptaba a alumnos sin importar sus antecedentes ni formación educativa.

Saito, de pasado yakuza y con estudios hasta secundaria, le preguntó al director de la institución educativa, Katsuyoshi Fujioka, si era posible aprobar el examen de ingreso a Keio dentro de un año.

“Hasta dónde llegues dependerá de lo duro que trabajes”, le respondió Fujioka.

Alguna gente dudaba de que un exyakuza pudiera ingresar a la prestigiosa Universidad de Keio. Eso, en vez de desmoralizarlo, afianzó su determinación.

Les iba a demostrar que estaban equivocados.

Estudiaba de 13 a 15 horas diarias. Se esforzó mucho. Por ejemplo, memorizaba 1.000 palabras en inglés al mes y todos los días leía novelas para adquirir competencias en la redacción de ensayos.

Saito memorizó todo el contenido de un libro de texto de historia universal y como práctica tomó exámenes anteriores de la Universidad de Keio cientos de veces.

“La única opción para mí era perseverar seriamente ya que era un hombre sin educación”, dice a Asahi.

Dos años después de comenzar a estudiar en la academia en Hiroshima, Saito fue admitido en Keio.

Su experiencia muestra que “el futuro puede cambiar a través del esfuerzo personal”.

Ahora el japonés estudia economía en Keio, pero ha ampliado el ámbito de sus intereses al campo legal. Se está preparando para el examen de abogacía nacional porque quiere ayudar a las personas cuya difícil infancia impactó de manera negativa en sus vidas.

Saito, arrepentido del daño que causó cuando era un delincuente, cree que su propia vida puede servir como lección para gente que ha caído en el mal camino.

“En cualquier momento, uno puede empezar de nuevo en la vida. Nunca te rindas”, finaliza. (International Press)

 

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