En agosto de 2021, Ngo Dang Toan, un vietnamita de 22 años que trabajaba como carpintero en la prefectura de Kagawa, se infectó con el coronavirus mientras se alojaba en la casa de un amigo en Tokio.
Con una fiebre de más de 39 grados y postrado en cama, Toan no regresó al trabajo. Sin intérprete disponible en la agencia responsable de su estadía en Japón, el aprendiz vietnamita no pudo avisar a su empleador de su enfermedad.
Cuando se presentó dos semanas después, ya recuperado, el presidente de la empresa lo despidió. Como ya no era su trabajador, también lo echó de la habitación que le proporcionaba la compañía.
Sin techo que lo cobijara, el vietnamita llamó a la Organización para la Capacitación de Aprendices Técnicos (OTIT), que supervisa el programa de aprendices extranjeros en Japón.
“Si no tienes dónde quedarte, anda a la policía”, le respondieron, revela Mainichi Shimbun.
Por fortuna, gracias a un amigo estableció contacto con un sindicato en la prefectura de Hiroshima que lo acogió.
La OTIT reconoció, en comunicación con el diario japonés, que tiene el deber de ofrecer alojamiento durante un determinado periodo a los aprendices sin lugar para quedarse.
Sin embargo, declinó pronunciarse sobre la situación de Toan, pues no emite comentarios sobre casos individuales.
El problema con la OTIT, según Ippei Torii, director de la Red de Solidaridad con Migrantes de Japón, es la aguda escasez de personal que sufre, pues, afirma, hay empleados de la organización que trabajan duro.
Casos como el de Toan no son excepcionales. El programa de aprendices extranjeros ha sido criticado por los numerosos incidentes de explotación laboral, salarios impagos, acoso laboral, etc., que afectan a los pasantes.
El gobierno de Japón reconoce las fallas del programa y tiene previsto crear un panel de expertos para debatir sobre la revisión del sistema.
Alrededor de 276.000 aprendices extranjeros trabajan en Japón. (International Press)