La japonesa tenía una imagen idealizada de los Juegos Olímpicos, que veía por TV desde que era pequeña. La fantasía se hizo añicos cuando vivió en carne propia el lado oscuro, la parte que no muestra la televisión, de los Juegos.
La mujer en la cincuentena se quedó sin empleo en abril pasado cuando el hospedaje para visitantes extranjeros donde trabajaba cerró debido a la pandemia.
Por un aviso se enteró de que el comité organizador de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio estaba buscando trabajadores de limpieza.
Consiguió el empleo y el 1 de julio comenzó su capacitación. Oficialmente aún no comenzaba a trabajar, pero ya notaba cosas negativas. Por ejemplo, le exigían que para limpiar los inodoros introdujera sus manos -con guantes- en ellos y los frotara con una toalla.
Los trabajadores de limpieza pidieron permiso para usar escobillas para limpiar los inodoros en vez de meter las manos. La petición encontró eco, pero una vez en los Juegos la situación empeoró, recuerda en entrevista a Mainichi Shimbun.
La mujer tenía que recoger, transportar en pesadas bolsas de basura y deshacerse de grandes cantidades de alimentos y bebidas de los salones de descanso utilizados por el personal y funcionarios de los Juegos.
En tiempos en que mucha gente pasa hambre o no se alimenta adecuadamente por la pandemia, el desperdicio era un escándalo.
La mujer recuerda que muchas botellas de plástico eran arrojadas a la basura por personas que apenas tomaban un sorbo de la bebida. Peor aún, había bebidas cuyo contenido la trabajadora tenía que botar aunque no se hubiera consumido ni una gota.
“Una vez que se sacaba una botella del refrigerador, se convertía en basura. Había muchas botellas que ni siquiera habían sido abiertas, y me sentía desanimada cuando tenía que vaciarlas todas”, rememora.
La agencia que la reclutó y el Comité Organizador de los Juegos dispensaban a los trabajadores de limpieza un trato muy frío.
No les perdonaban una. Si se sentaba un ratito por cansancio o porque le dolían las rodillas, el comité se quejaba ante la agencia.
Una vez, la agencia ordenó a sus trabajadores que recogieran la basura de las tribunas de una sede olímpica mientras se desarrollaba una competición. Sin embargo, el comité organizador les advirtió de que no debían “aprovechar” la situación para ver el juego en disputa.
A la mujer la indignó la amonestación. «No estaba tratando de hacer algo en secreto. Solo estaba trabajando con seriedad», dice a Mainichi.
Cuando un día un colega avisó a la agencia de que faltaría porque no se encontraba bien, fue despedido. La firma no quería empleados que no podían “manejar su propia salud».
La mujer se sentía desechable, como esos alimentos que tenía que botar; desanimada, día a día, por el maltrato.
«Sentía que la aristocracia olímpica estaba en la cima de la jerarquía y nosotros en el fondo», dice.
«Me encantaban los Juegos Olímpicos desde que era niña, pero me trataron como a una esclava y ahora no tengo nada más que tristeza».
De los aproximadamente 15 trabajos a tiempo parcial que ha tenido, el de los Juegos ha sido el peor, subraya.
La mujer trabajó 21 días, ocho horas diarias. Le pagaron 1.500 yenes (alrededor de 13,6 dólares) por hora.
Actualmente está desempleada. No sabe cuál será su próximo empleo. (International Press)
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