El obon en el Japón (equivalente al día de los difuntos en occidente) es a mediados de agosto. Se cree que en esas fechas los espíritus de los ancestros regresan al hogar para visitar a sus familias. Los miembros de éstas viajan hasta su ciudad natal al rencuentro. Según me comenta una amiga japonesa, los ancestros vienen el día 13 y se van el 16.
La mística visita se acompaña de diversas costumbres que hacen de este suceso unos días especiales. Esperan la llegada con frutas, sushi, carnes diversas, algo de beber y los despiden con iluminación de velas o lámparas para mostrar el camino de regreso al plano espiritual. Es por eso que en esas fechas estos productos suben de precio en los supermercados por la demanda que tienen.
La visita a los ohaka (cementerios) es masiva, incluso se contratan personas para guiar el estacionamiento de vehículos en las cercanías. El obon es sin duda, parte importante de la cultura nipona en agosto, pero para nosotros, inmigrantes, es el mes de las merecidas vacaciones de verano. Visitas a piscinas, ríos, playas o alguna parrillada, mínimo. Aunque este año, la pandemia e imparables lluvias habrán ocasionado cambio de planes. Por mi parte, ni siquiera he ido a ver algún festival de fuegos artificiales (hanabi).
Lo único «místico» que podría tener la semana de vacaciones de verano, serían las imborrables anécdotas que nos suceden en Japón, que cada tanto se recuerdan en las tertulias de nuestras reuniones sociales.
Como lo ocurrido a un amigo, al cual llamaremos Nelson, quien maravillado decía que en los konbini vendían de todo, hasta ropa. Se había comprado un short tipo ropa de baño con el diseño de su personaje favorito de dibujos animados. Salía muy fresco y orondo a la calle con la prenda hasta que gracias a un amigo japonés, quien un sábado estaba tomando unas cervezas en su casa, le hizo notar que esa prenda era un bóxer… ¡Un calzoncillo!
Y ya que estamos en los konbini, aquel otro que preparó para su desayuno dominguero, atún enlatado con cebolla picadita, limón, sal y pimienta. Cuando los compañeros de casa antojados le pidieron, aceptó e invitó, entonces salió la idea de preparar más y pidió le traigan una lata de atún. Nadie sabía dónde se compraba dicho atún, pero él dijo: en el konbini, entrando a la derecha están las latas, no sé la marca, pero tienen la cara de un gato en la etiqueta… ¡Era comida para gatos lo que estaban desayunando!
Para terminar, esta anécdota me ocurrió a mí, en una farmacia al poco tiempo de mi llegada al Japón. Algunos recordarán que en esas épocas teníamos una persona a quien llamábamos shunin, que significa algo como jefe, era de la contratista, asignado a una empresa como enlace en lo laboral y para asistirnos en la vida diaria. En nuestro caso, vivía en el mismo edificio perteneciente a la fábrica donde fue mi primer trabajo.
No sé qué habría comido que me cayó mal y se me aflojó el estómago. El shunin, atento él, me dijo que iría a la farmacia a traerme alguna medicina. Quise ir yo mismo y le rechacé la gentileza preguntando como se decía diarrea en japonés, geri me respondió y salí raudo a la farmacia que quedaba a no más de trescientos metros llegando a la avenida. Iba todo el camino repitiendo mentalmente la palabra pero al entrar, me recibieron con un irashaimase (Bienvenido) que interrumpió mi “mantra” geri, geri, geri, geri… entonces la miré y con la seña de agarrarme el estómago mientras me encorvaba ligeramente dije, seri. Las dos personas que se encontraban tras el mostrador se miraban con clara señal que no me entendían. Seri, seri, repetía mirándolas, una palabra que deletreada es: seiri.
Me salí frustrado por no poder hacerme entender; aunque en realidad sí me entendieron, solo que les estaba diciendo que estaba con la menstruación…
Nos seguimos leyendo.
(*) Kike Ponze, periodista, inmigrante en Japón.
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