Tras el accidente nuclear de Fukushima en 2011, Nanako Shimizu, profesora de la Universidad de Utsunomiya, comenzó a ayudar a mujeres supervivientes al desastre que se trasladaron a la prefectura de Tochigi con sus hijos huyendo de la crisis nuclear.
Shimizu ha mantenido una relación cercana con mujeres damnificadas por el desastre de Fukushima, cuyos testimonios ha recogido.
La profesora universitaria ha descubierto que ellas son blanco de lo que Mainichi Shimbun denomina una “combinación tóxica” de discriminación de género y discriminación por su condición de “evacuada nuclear”.
Cuando las mujeres expresaron su preocupación por los efectos de la radiación en sus hijos, hubo quienes las minimizaron con mensajes como «es sólo histeria femenina» o «están reaccionando exageradamente». Incluso comenzó a circular en línea el término peyorativo «mamás con cerebro de radiación».
Estas madres fueron tratadas “como si fueran solo un pequeño grupo de mujeres aterrorizadas, incapaces de un pensamiento racional o científico”, dice Shimizu.
La crisis nuclear hizo más visible cómo las mujeres están relegadas en Japón y a menudo no se las toma en serio, apunta la experta, que cita el caso de una superviviente que decidió medir la radiación en el patio de recreo del kínder y en el camino a la escuela de primaria de sus hijos. ¿Qué halló? Niveles altos de radiación.
La mujer fue a las escuelas con los datos para que adoptaran medidas de prevención. No le hicieron caso. Sin embargo, cuando le informó a su esposo de las cosas, este acudió a las escuelas y el trato fue muy diferente. Incluso el director del kínder lo recibió, y acogió de manera favorable sus inquietudes. A ella no le hicieron caso por ser mujer. A su esposo le hicieron caso por ser hombre.
Shimizu enfatiza que estas mujeres son mantenidas al margen de los procesos de toma de decisiones en los hogares y las comunidades, y que eso “las lleva a una profunda soledad».
Las supervivientes del accidente nuclear también sufrieron discriminación por su lugar de procedencia. «No necesitamos novias de Fukushima», les dijeron. Como si estuvieran “contaminadas”.
Algunas víctimas de este tipo de mensajes, preocupadas por el futuro, le preguntaron a Shimizu: «Cuando mi hija crezca y quiera casarse, ¿qué haremos si la discriminan por su origen?».
La profesora señala que esta clase de discriminación se basa en la eugenesia, que solo valora a la mujer si es físicamente capaz de tener hijos sanos. Si da a luz a un bebé “no sano”, eso puede llevar a la creencia errónea de que es por su culpa.
Así las cosas, “la salud se convierte en una escala para evaluar la inferioridad o superioridad de la vida humana».
A manera de balance, la experta advierte de que la crisis nuclear ha hecho más visibles “las estructuras que discriminan y oprimen a las mujeres, basadas en el patriarcado profundamente arraigado de Japón”.
Hay muy pocas mujeres en los centros de toma de decisiones en política y organizaciones locales, lo que hace muy difícil que sus opiniones y solicitudes se reflejen en la realidad, indica.
En 2019, no había ni una sola alcaldesa entre los 59 municipios de la prefectura de Fukushima. Además, las mujeres ocupaban menos del 10 % de los escaños de las asambleas locales, por debajo del promedio en Japón. (International Press)
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