Consulta: “Resido en Japón. Tengo un hijo de 16 años, recientemente se fuga de la casa por días. Seguro que sus amigos están influenciando y le he dicho mil veces que no esté con ellos, me preocupa y temo que se vaya por mal camino. Muchas veces le tengo que dar con la correa porque es la única forma que obedezca. Se queda callado cuando le pido explicaciones y esto me altera más. Normalmente es un chico respetuoso, no es insolente. Lo traje del Perú cuando tenía 13 años, sus abuelos ya tenían su edad. Dígame qué puedo hacer para que entre en razón, qué hacer para que me obedezca, si lo que le digo es por su bien”.
Respuesta: Comprendo que esté preocupado porque teme que su hijo vaya por malos caminos, alarma el hecho de que no regrese a la casa por días y que se quede callado.
Para comprender un poco la posición en la que está su hijo, veamos su edad y las características de esta etapa de la vida. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), la adolescencia abarca un período promedio entre los 10 y 20 años, después de la niñez y previo a la adultez. Es un período con muchos cambios tanto físicos, intelectuales, emocionales como sociales. Dejan gradualmente el seno familiar para tener más contacto con la sociedad y la comunicación con los amigos cobra mucha importancia.
Es una etapa de búsqueda de autonomía e independencia, muchas veces extremos porque es a través de ensayos y errores, a veces torpes que ellos van aprendiendo, pero son pasos necesarios para que el adolescente pueda encontrar una posición e identidad autónoma entre sus pares y posteriormente en la sociedad. Necesita establecer su autonomía que muchas veces dan lugar a discusiones y fricciones con los padres.
Enfocándonos en su hijo, es a los 13 años que empezó la vida familiar, de conocerse verdaderamente, por decir así. Una cosa es crear hijos, otra cosa es establecer una verdadera relación de confianza y apertura, algo que se logra a través de una comunicación cercana y convivencias juntas.
Me imagino que habrá sido difícil establecer y afianzar esta intimidad trayéndolo al Japón a esta edad. Me dice que él normalmente es respetuoso, no insolente; teniendo en cuenta su edad, que necesita también más autonomía, veo que existe cierta distancia, no muestra una rebeldía típica de la edad.
Tal vez la manera de proteger su autonomía sea saliendo de la casa por días, puede que sea su único modo de escape. Comprendo que como padre le inquiete estas ausencias porque sí existen muchos riesgos, innegablemente.
Debido a su preocupación me comenta que opta al castigo físico para que obedezca. El castigo físico es un método que ha sido utilizado frecuentemente en todo el mundo. Sin embargo, la tendencia es que ahora el castigo físico sea rechazado y se sancione por razones válidas. Estudios han mostrado las repercusiones negativas del castigo físico no tan solo a nivel emocional sino también en secuelas físicas a largo plazo, con más tendencia a enfermedades como presión alta, úlceras, problemas circulatorios, asma, alergia, bronquitis, reumatismo, y otros.
El castigo físico es un método para que obedezcan al momento, motivado tan solo por el miedo, no basado en una reflexión sobre la razón del castigo. Hay muchas repercusiones debido a los castigos físicos: baja autoestima, ansiedad, depresión, bajo rendimiento escolar, perpetuación de la violencia física como método de crianza, dependencia del alcohol, drogas, dificultad de establecer una identidad sana, no pueden aprender a reflexionar ni reconocer valores con los que puedan identificarse, etc.
Algunas veces por nuestra preocupación, involuntariamente empujamos a nuestros hijos a situaciones que son las que más tememos. El hecho de que su hijo no tenga otra alternativa que salir de la casa puede que sea una de esas situaciones.
Pienso que lo primero que se debe afianzar es la comunicación familiar, los padres tenemos que aprender a “escuchar” a nuestros hijos. En nuestro afán de que entiendan, empezamos a explicarles nuestras razones, que no digo que sea malo, pero imponiéndolas con nuestra autoridad paterna y dificultando que los hijos se expresen.
Debe ser un diálogo en el que debemos tener la paciencia y la calma suficientes para escucharlos primero, darles su espacio y comprender sus razones. Debemos poner límites, pero que sean fruto de la conversación. Dejemos que ellos puedan expresarse sinceramente. Esta conversación debe ser tranquila y en un ambiente positivo. Si usted está alterado, la otra parte no va a poder sincerarse. Tómese un tiempo para tranquilizarse antes de empezar la conversación.
Como padres, es difícil cambiar de la noche a la mañana, la costumbre de tratar de imponer la disciplina salta siempre, pero si usted realmente desea cambios positivos en la relación, para el sano desarrollo de sus hijos, el esfuerzo vale la pena. Cuando los hijos se sienten escuchados y comprendidos, ellos cambian.
(*) MScs. Nélida Tanaka, psicóloga clínica radicada en Japón. Es columnista de International Press desde 1999. Escríbale a: consultas@hotmail.com
Bibliografía para este artículo:
- Castigo físico en la niñez, un maltrato permitido
- Consecuencias a largo plazo para la salud física y mental del abuso físico infantil
- Ley de Prohibición de Abuso Infantil de Japón
- Japón revisa las leyes que prohíben todo tipo de abuso infantil
- Ley peruana que prohíbe el castigo físico a menores y adolescentes
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