Akitakata, pueblo ubicado en la prefectura de Hiroshima, tiene solo 28.910 habitantes. Alrededor del 40 % de ellos tiene 65 años o más.
Así describe Reuters a este pueblo:
“Las fábricas de piezas de automóviles y las granjas piden a gritos trabajadores, muchas casas están vacías, las calles oscuras están desiertas en las primeras horas de la noche y los pasillos del supermercado están casi vacíos a las 8 p. m.”.
Parece la descripción de un pueblo fantasma.
Más de 600 extranjeros viven en Akitakata.
Entre ellos:
El nikkei brasileño Luan Dartora Taniuti, que reside en el pueblo desde que tenía nueve años.
Leonel Maia, de Timor Oriental, lleva en Akitakata casi siete años. Está casado con una japonesa.
La filipina Gladys Gayeta, recién llegada. Trabaja en una fábrica. Es pasante. A diferencia de los anteriores, que son residentes, ella solo tiene permiso para trabajar tres años en Japón.
Para sobrevivir, Akitakata necesita más extranjeros. Lo sabe muy bien su alcalde, Kazuyoshi Hamada (74).
Ante la baja tasa de natalidad y el envejecimiento de la población, y pensando en quiénes pueden sostener a los ancianos y las fábricas, Hamada declara a Reuters: “Necesitamos extranjeros».
El declive de la población en Japón afecta sobre todo a sitios rurales y lejos de las grandes ciudades como Akitakata.
El gobierno de Japón está impulsando un proyecto de ley para ampliar el número de trabajadores extranjeros en el país. Pese al énfasis puesto en la necesidad de lanzar el programa, el primer ministro Shinzo Abe siempre se ha cuidado de subrayar que no constituye una política de inmigración.
Hamada va más lejos que Abe. El alcalde defiende la creación de un sistema en el que cualquier extranjero pueda trabajar en Japón. Y no para que se quede poco tiempo. Al contrario.
En marzo, el alcalde presentó un plan cuyo objetivo es buscar residentes a largo plazo. Para Hamada, los extranjeros son la solución.
Su propuesta, según la agencia de noticias, es la primera de su tipo en Japón. Toshihiro Menju, director gerente del Centro de Intercambio Internacional de Japón, destaca que Hamada apueste abiertamente por una política de inmigración. “Es muy valiente”, subraya.
«Akitakata es una especie de precursor», añade.
Ahora bien, los habitantes de Akitakata no necesariamente comparten el entusiasmo por los extranjeros de su alcalde.
Una encuesta realizada en 2017 reveló que solo el 48 % de los residentes pensaba que era bueno que los extranjeros vivieran en la ciudad. Sin embargo, ha habido un avance nada desdeñable: en 2010, solo el 30,8 % pensaba de la misma manera.
Yuko Okita, una residente de 64 años que trabaja con su esposo en un servicio de taxi, resalta el aporte de los extranjeros: “Creo que nuestras vidas se enriquecerían con diferentes culturas. Pero los japoneses no son hábiles en comunicación y el idioma es la barrera más grande».
Los defensores de la presencia foránea en el pueblo quieren mejorar la enseñanza del idioma japonés y están estudiando cómo usar las casas abandonadas para albergar en ellas a los extranjeros.
“UN GRAN LUGAR PARA CRIAR HIJOS”
Dos tercios de la población extranjera de Akitakata son aprendices de países como China, Vietnam, Tailandia y Filipinas. La mayoría solo puede permanecer hasta tres años.
El nikkei brasileño Luan Dartora Taniuti decidió quedarse en Japón pese a la crisis financiera global en 2008 y el incentivo del gobierno japonés que ofreció pasajes de ida a quienes quisieran volver a sus países.
«Cuando tenía miedo de no tener trabajo, pensaba: ‘Es suficiente si puedo comer», revela. Ahora tiene su propia compañía, que emplea a sus dos hermanos y su padre.
«Akitakata es de ritmo lento, pero es un gran lugar para criar hijos», dice Taniuti, padre de dos hijos.
Por su parte, Maia (33) se lleva bien con los japoneses e incluso es miembro de una brigada de bomberos voluntarios, pero su hija hafu ha sufrido ijime.
El problema es que Akitakata no es precisamente un sitio atractivo para un extranjero. Menos para alguien joven. La filipina Gayeta (22) dice que hay poco para hacer en el pueblo después del trabajo. “No hay un sitio para ir, solo las montañas”, lamenta.
El alcalde Hamada tiene una difícil tarea por delante. (International Press)
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