¿Has experimentado algún acto excepcional de amabilidad o generosidad en Japón?, preguntó Japan Today a sus lectores. A continuación, recogemos cinco testimonios.
1
Necesito un chequeo médico cada tres meses. Mi especialista recibe consultas en una pequeña clínica rural los sábados por la mañana. Todos deben quitarse los zapatos en el genkan (área de entrada o recibidor). Yo tenía un nudo del demonio con los cordones de mis botas. Luché y después de más de dos minutos finalmente me quité las botas. Una mujer me estuvo mirando todo el tiempo a través de la puerta de vidrio. Pensé que ella estaba pensando: «¿Qué está haciendo este estúpido gaijin?». Frustrado, gruñí al pasar a su lado y creo que la miré con un poco de desdén.
Cuán equivocado estaba.
25 minutos después salí, buscando donde había dejado mis botas desordenadamente. No, no estaban allí. Estaban colocadas cuidadosamente cerca de la fachada. Los cordones estaban desatados, sueltos y listos para que metiera mis pies. Solo una persona podría haberlo hecho: la mujer que yo creía que era una metiche. Simple gesto de amabilidad. Gran lección aprendida ese día.
2
En Okinawa, demasiadas veces (recibí ayuda) para contar. Antes de los smartphones, yo no podía mirar un mapa sin que alguien me ofreciera indicaciones. Se desviaban de su ruta para caminar con nosotros y llevarnos más cerca de nuestro destino.
En una pequeña isla, en un restaurante, un abuelo nos compró a nosotros y al único otro cliente (un turista japonés) todas las bebidas.
3
Recibí mucha ayuda a lo largo de los años de parte de mis profesores de artes marciales. Dormí en el dojo muchas veces, y todavía lo hago cuando estoy en el pueblo. Me han llevado muchas veces de viaje a la región. Siempre hay comida lista cuando voy.
Solían darme muchas cosas cuando era estudiante: una vez volví a casa con cinco kilos de carne congelada en mi mochila; otra vez, con dos packs de cervezas. También recibí una gran ayuda del director de mi universidad, quien después de reunirse conmigo decidió darme mis dos años restantes de estudios gratis. Definitivamente, hoy no estaría donde estoy sin eso.
4
Vivo al lado de una anciana que vive sola. Cuando me ve salir, siempre me habla del clima y si se pronostica lluvia, me ofrece un paraguas para que no me moje. Cuando me mudé a Japón, hace unos cinco años, fue una de las primeras personas en ofrecerme una mano para ayudarme a conocer la ciudad.
5
La dueña de nuestro alojamiento en verano me envió a casa al final de nuestras vacaciones con la mitad del contenido de su nevera después de pasar la semana haciéndome agradables comidas vegetarianas, además del menú habitual para los demás huéspedes.
Es imposible estar parado mirando el horario de un tren o un mapa en la estación por más de un minuto sin que alguien venga a preguntarme si necesito ayuda.
El restaurante indio de nuestro barrio tiene un pequeño rincón donde venden especias e ingredientes indios. Les pregunté si tenían harina de garbanzos, pero no tenían en stock. El chef salió y pidiéndome disculpas me dio una bolsa de harina de garbanzos que había sacado de su cocina. No aceptó ningún pago.
(International Press)
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