El escritor peruano Fernando Iwasaki ha ganado la novena edición del Premio Málaga de Ensayo con «Las palabras primas», una obra que califica como una forma de «reconstruir» su «itinerario cultural» y que rinde homenaje a la «encrucijada de hablas» que habitan en él.
Iwasaki (Lima, 1961) admitió en el acto de lectura del fallo que, cuando todavía vivía en Perú, «ignoraba que existía un acento andaluz», porque en las películas «de romanos y de gladiadores» dobladas por españoles los actores «hablaban exactamente igual que los curas del colegio».
En 1985 llegó a Sevilla, fue a un bar a tomar un café y al hablarle el camarero pensó «que era el gato Jinks, el buitre de ‘El libro de la selva’, uno de los perros que ayudan a los Aristogatos o el pájaro que le da una pluma a Dumbo para que vuele».
«Con el libro trato de rendir homenaje a las hablas que habitan en mí, de Lima, peruana, latinoamericana, pero también un habla española, andaluza y un habla sevillana», explicó.
Para Iwasaki, el habla andaluza «es una de las menos conocidas y de las más ricas, porque no hay un lugar de España que esté creando tantas palabras», pese a que muchas no están aceptadas por la Real Academia de la Lengua, como «casi todos los palos del flamenco».
«Una persona puede ir a las urgencias en Málaga, decir que tiene un jamacuco y el médico le atiende y le receta. Si fuera un filólogo le diría que se fuera a casa, que jamacuco no está en el diccionario», bromeó sobre una palabra que se usa en España como sinónimo de malestar súbito y fuerte.
También hay palabras «que regresaron del otro lado del océano, como fandango, que es una voz de origen africano creada por esclavos negros, porque las palabras viajan y vuelan», en referencia a un término que define un baile y que originalmente pudo ser una fiesta con baile.
En su libro hay además un «correlato histórico» y se revela cómo el Siglo de Oro creó «palabras asombrosas que hoy se piensa que vienen del otro lado del mundo».
«Quién no ha oído chévere en un culebrón, pero es una palabra creada en Valladolid en el siglo XVI, que volvió con ‘Topacio’ y ‘Cristal’ y pensamos que era de otro lugar».
En el caso de Iwasaki, su lengua materna fue el español, «pero la paterna podría haber sido el japonés», no el contemporáneo, sino el que su padre aprendió de su abuelo, «un dialecto de Hiroshima que desapareció con las víctimas de la bomba», aunque el escritor lo supo muy tarde, demasiado para aprenderlo.
Sobre la labor de la Academia, cree que es «grandioso» que haya «polémicas» como el uso de «iros» o «idos» en unos momentos «en los que todos en España estaban concentrados en problemas en otros lugares del Estado».
«La Academia, con sus decisiones, nos hace discutir. No es una institución que tenga que velar por la corrección política de las palabras como algunos se empeñan en exigir, sino que tiene que recoger la manera de hablar de una sociedad», opinó.
Sin embargo, a Iwasaki le preocupa que la Academia «cada cierto tiempo elimine palabras presuntamente por su desuso, pese a que son bellas y tienen prosapia literaria», y ha animado a usarlas en las redes sociales para «prolongarles la vida». (EFE)
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