Varios hibakusha, como se llama en Japón a los supervivientes de las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki, llegaron hoy a Cuba en el «Barco de la Paz» para ofrecer sus testimonios sobre el «horror de la bomba» y pedir unidad en la lucha por el desarme nuclear.
«Yo no pude ver el famoso hongo de la bomba porque estaba debajo de él», narró ante una expectante congregación de jóvenes cubanos la hibakusha Tokuko Kimura, quien a la edad de 10 años estuvo expuesta a la explosión atómica y la radiación en su natal Nagasaki.
Kimura compartió escalofriantes relatos sobre cómo se encontraba a 3,6 kilómetros del lugar donde cayó «Fat Man», apodo dado por los soldados estadounidenses a la bomba que mató, el 9 de agosto de 1945, a unas 40.000 personas y en los siguientes meses a más de 70.000.
La anciana recordó cómo cada vez que alguien de su círculo cercano moría, no podía evitar pensar que ella «era la siguiente» y calificó de «legado amargo de ansiedad y temor» el que deja a sus descendientes, también afectados por enfermedades a causa de la bomba, «a pesar de que ya habían pasado décadas».
Agregó sentirse «feliz» por el Premio Nobel 2017 otorgado a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés), a la que pertenece la ONG «Barco de la Paz», que con este viaje suma ya 17 visitas a La Habana y Santiago de Cuba (oriente) desde 1989.
«Nunca hablé de mis experiencias hasta que mi hija comenzó a estudiar sobre la bomba en la escuela y me preguntó si era hibakusha de segunda generación. Temía que fueran discriminados. Pero ahora quiero contribuir a que esta historia no se olvide y no se repita», insistió.
El «Barco de la Paz» japonés (Peace Boat, en inglés) atracó en la mañana de hoy en La Habana, a donde llegó con unos 700 tripulantes y la misión de llevar un mensaje de tolerancia y en contra de las guerras al mundo.
Los organizadores de la ONG consideraron que la iniciativa de llevar supervivientes de Hiroshima y Nagasaki a diferentes países para contar sus vivencias fue una de las razones por las que el ICAN recibió el Nobel este año.
Afirmaron que debido a que el promedio de edad de las víctimas ronda los 80 años y hace difícil continuar el programa original, incluyen también en los viajes a hibakusha de segunda y tercera generación, para continuar la lucha contra el desarme nuclear.
Una de estos descendientes, Shion Urata, compartió con los presentes las historias de su abuelo paterno, un militar destinado en Nagasaki cuando cayó «Fat man», y de la prima de su abuelo materno, una cantante que «a pesar de la censura» usó las letras de las canciones que componía para hablar del «terror» en Hiroshima.
«Cuando era pequeña comenzó la guerra de Irak, y vi en la televisión a los niños muertos o enfermos por los efectos del uranio en las bombas, y me dije que tenía que hacer algo», confesó la joven.
Urata habló de cómo su abuelo murió a los 57 años y sobre el temor de su padre de no rebasar esa edad, algo que desea que nadie «sufra si se puede evitar». (EFE)
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