A veces, para una persona de avanzada edad, la cárcel es preferible a la libertad. En prisión, tienes techo, comida y atención médica. Afuera, en el mundo exterior, con 70 u 80 años, debes enfrentar la incertidumbre de no saber si mañana te alcanzará el dinero para comer o si alguien te atenderá si enfermas.
Un artículo publicado por AFP expone la realidad de una población penal en Japón que, como el resto del país, está envejeciendo, al punto de que algunas cárceles parecen más hogares para ancianos.
La tarea de algunos trabajadores en prisión no es mantener el orden o evitar que los delicuentes huyan, sino cambiarles de pañal o ayudarlos a bañarse.
Uno de esos presos es un octogenario recluido en la cárcel de Fuchu, Tokio, que todos los días tiene la misma rutina: se despierta a las 6:45 a. m., toma desayuno 20 minutos después y empieza a trabajar a las 8 a. m.
El hombre, que está encerrrado por intento de robo, le teme a la libertad.
«No sé qué clase de vida debería llevar después de salir. Voy a estar preocupado por mi salud y mi situación financiera una vez que me vaya», dice.
Si en 2000, el 5,8 de las personas detenidas o interrogadas por delitos en Japón tenía 65 años o más, la proporción alcanzó casi el 20 % en 2015.
La mayoría están encarcelados por delitos menores como el robo. Uno de los factores que explican la subida son las crecientes dificultades económicas, según la policía.
ALTA TASA DE REINCIDENCIA
Los presos en Japón tienen prohibido hablar en el trabajo, solo pueden caminar en fila india, y si tienen la rara oportunidad de asistir a un show artístico deben sentarse erguidos con las manos sobre su regazo y, por lo general, no pueden aplaudir.
Restricciones que, sin embargo, pasan a un segundo plano para muchos ancianos que encuentran una seguridad en la cárcel (lo dicho: comida, techo, atención médica) que la vida en libertad no les garantiza.
Yukie Kuwahara, una funcionaria de la prisión de Fuchu, dice a AFP que los presos tienden a sentirse ansiosos a medida que se acerca el día de su libertad. «Ellos no tienen que preocuparse por las cosas del día a día dentro de la cárcel», remarca.
No por coincidencia la tasa de reincidencia de las personas mayores es elevada: alrededor del 70 % de ellos vuelven a la cárcel dentro de los cinco años posteriores a su excarcelación.
Lo explica el investigador Akio Doteuchi: «La razón por la que muchos exconvictos ancianos regresan a las cárceles es porque es difícil para ellos ser financieramente independientes».
Asegurarles trabajo y vivienda una vez libres es muy difícil, dice. Además, está el problema de la soledad.
Para ayudarlos a reinsertarse en la sociedad existen centros de reinserción social. Uno de ellos, situado en Tokio, brinda a a sus ocupantes clases de computación, entre otras cosas, durante su estadía de 16 semanas.
La intención es buena, sin duda. Sin embargo, Terumi Obata, el encargado de manejar el lugar, admite que cuatro meses es muy poco tiempo y a su juicio existe un alto riesgo de reincidencia en los dos primeros años si los ancianos no reciben el apoyo adecuado.
Aparte del dinero, el apoyo psicológico es fundamental, afirma. Necesitan ayuda para construir una relación de confianza con los demás y recuperar su autoestima. Muchos, dice, fueron víctimas de abuso o crecieron en hogares disfuncionales.
Que las cosas pueden ser más difíciles en libertad que en prisión lo sabe, por experiencia propia, una sexagenaria que pasó 15 años encerrada por asesinato.
«La vida es más dura afuera», declara a AFP. «Todo ha cambiado en la sociedad”, añade.
Al menos no le está yendo mal. Trabaja como empleada de limpieza, está decidida a enderazar su vida y se ha prometido no volver a prisión. Mientras tanto, desear tener más trabajo para destinar parte de sus ingresos a compensar a la familia de la víctima. (International Press)
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