Andrés Sánchez Braun / EFE
La devolución de las islas conocidas en Japón como «Territorios del Norte» y en Rusia como «Kuriles del Sur», que Tokio reclama desde que cayeron en manos de Moscú hace 71 años, cobra un rol capital con motivo de la cumbre del primer ministro nipón, Shinzo Abe, y el presidente ruso, Vladímir Putin.
La disputa por el archipiélago supone el principal escollo en las relaciones entre los dos países, que no han firmado la paz desde la II Guerra Mundial precisamente por sus diferencias con respecto a la titularidad de las islas.
En ningún otro sitio de Japón se percibe más el ansia por recuperar este archipiélago que en el pueblo de Nemuro, en la costa oriental de Hokkaido, la isla más septentrional del país asiático.
Las farolas del municipio están cuajadas de banderolas en las que se lee «¡Devolved los Territorios del Norte!», una frase -traducida también al ruso- que engalana en un enorme cartel la fachada del ayuntamiento.
En esta remota localidad viven la inmensa mayoría de los exresidentes de este grupo de islas -unos 6.500, con una media de edad de 81 años- y sus descendientes.
Entre todos componen buena parte de los casi 30.000 habitantes de esta localidad que vive casi exclusivamente de la pesca que producen las aguas del Pacífico Norte.
En 1948, los exresidentes -que en origen eran más de 17.000- fueron evacuados por las tropas soviéticas de este archipiélago situado a tan solo cinco kilómetros de la costa de Nemuro y formado por tres grandes islas (Etorofu, Kunashiri, Shikotan) y los islotes de Habomai.
Tres años antes, y apenas tres días después de que Tokio anunciara su capitulación en la II Guerra Mundial, el ejército rojo comenzó a desembarcar en las islas, que pasaron a ser administradas por la Unión Soviética y, tras su disolución, por Rusia.
Más allá de la nostalgia de los exresidentes y las reclamaciones de sus herederos para poder establecerse o visitar libremente la tierra que vio nacer a sus padres, abuelos y bisabuelos, la reivindicación tiene también una motivación económica.
Debido a que Japón perdió la titularidad de las aguas que rodean a los «Territorios del Norte», los pescadores de Nemuro pagan cada año unos 460 millones de yenes (casi 4 millones de euros) a Rusia para faenar a apenas tres kilómetros del pueblo, por lo que la devolución le supondría un importante ahorro a las cofradías.
La política de Tokio con respecto a la devolución ha sido firme desde hace décadas, aunque el alcance de sus exigencias ha variado y se ha visto condicionada por la injerencia de Estados Unidos, su principal aliado.
Fue Washington quien instó en 1956 a Tokio a no hacer concesiones ante su archienemigo comunista y a no aceptar la devolución de solo la mitad de las islas que preacordó con Moscú, amenazando con no retornar a Japón el archipiélago septentrional de Okinawa, que permanecería finalmente bajo control estadounidense hasta 1972.
La opción de recuperar solo Shikotan y Habomai parece ser una posibilidad que el Gobierno de Shinzo Abe ha vuelto a contemplar en los últimos meses, aunque se duda de la respuesta que esta fórmula pueda tener en el público japonés así como de la postura al respecto de EEUU, en plena transición hacia la Administración Trump.
Por otra parte, expertos y medios rusos coinciden en que para Putin la soberanía rusa sobre las «Kuriles del Sur» es algo intocable y que cualquier concesión en este ámbito hundiría su popularidad en el país, donde la adhesión se considera legítima a raíz de la derrota nipona en la II Guerra Mundial.
Pero pase lo que pase en la cumbre entre Abe y Putin, en Nemuro seguirán insistiendo en el tema de la devolución con la tozudez que dicen que caracteriza a sus habitantes, curtidos por las heladas aguas que bañan el lugar y las abundantes nevadas e inclementes vientos polares que lo azotan casi todo el año.
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