Al enterarse de su uso en China, envío cartas para pedir perdón
Reiko Okada tiene 86 años y un doloroso recuerdo de la II Guerra Mundial no solo porque fue víctima de ella. Okada, exprofesora de arte en Hiroshima, también se siente cómplice indirecta del daño causado a otras personas.
«Es porque sé (como víctima) del dolor provocado por la guerra, que también debo hablar de mi responsabilidad como facilitadora de ese dolor», dice en declaraciones recogidas por Mainichi Shimbun.
En 1944, la entonces adolescente fue enviada a la isla de Okunoshima, en su condición de estudiante movilizada durante la guerra como mano de obra, para trabajar en una fábrica de gas venenoso, que el Ejército Imperial japonés puso secretamente en marcha en 1929 violando el derecho internacional.
La producción creció durante la Segunda Guerra Sino Japonesa y se estima que la fábrica llegó a tener más de 5.000 trabajadores.
Los trabajadores, por orden de los militares, no podían hablar con nadie, ni siquiera con sus familias, sobre lo que veían o escuchaban durante su trabajo en la fábrica.
A Okada no le dijeron qué estaba ayudando a producir.
Sin embargo, circulaban rumores de que se estaba produciendo gas venenoso en la isla: un estudiante que se estaba probando una máscara (distribuida para su uso en caso de ataques aéreos enemigos) se quejó de una sensación de escozor en la cara, y se decía que los pinos en la zona estaban agonizando y que las personas que inhalaban el humo de la fábrica padecían dolores de cabeza.
Inquieta y con malestar, Okada trabajaba transportando barriles que contenían productos químicos y desarrollando tubos utilizados en el embalaje del gas.
La movilización de estudiantes culminó el 15 de agosto de 1945 con la derrota de Japón en la guerra. Unos días más tarde, el director de la escuela donde estudiaba Okada ordenó a sus alumnos que socorrieran a las víctimas de la bomba atómica en la ciudad de Hiroshima.
La menor fue enviada a un centro de ayuda, donde preparaba las comidas. La mujer recuerda que las víctimas de la bomba morían una a continuación de otra, y que sus comidas permanecían intactas al lado de sus almohadas.
Okada también fue víctima de la bomba: por haber estado expuesta a la radiación, sufrió fiebre, diarrea y sangrado, y su estado de salud ha estado marcado por los altibajos.
Por fortuna, la mujer pudo salir adelante. Estudió en una universidad en Kioto y se hizo maestra.
Okada ha publicado tres libros ilustrados sobre su experiencia en Okunoshima y participado en eventos por la paz para relatar su historia. Sus ilustraciones se exhiben en el Museo de Gas Venenoso de Okunoshima.
Cuando se enteró de que el gas venenoso había sido utilizado en China, envió cartas de disculpa a universidades y museos de guerra chinos.
«Cuando se habla de Hiroshima, se tiende a enfatizar el daño de la bomba atómica, pero nosotros también fuimos cómplices de la guerra. Quiero que la gente sepa que la guerra hace a la gente común tanto víctima como responsable de la violencia. Quiero seguir contando mi historia para que la paz se mantenga», dice esta infatigable luchadora por la paz. (International Press)
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