Los estragos del tsunami son todavía evidentes en la costa noreste de Japón. Cinco años después sus habitantes intentan con dificultad volver a la normalidad mientras las grúas y excavadoras siguen con los ingentes trabajos de reconstrucción.
«Nos recuperamos poco a poco, pero el tsunami siempre vuelve», explica a Efe Shigehisa Sato, un profesor de secundaria retirado para quien la gente empieza a sentir esperanza y todo comienza a ser normal. «Es el momento de enfrentarnos al futuro», apunta.
La fisonomía y los hábitos de la zona cambiaron para siempre tras el 11 de marzo de 2011, cuando el tsunami, causado por un terremoto de 9 grados, arrasó municipios enteros y acabó con la vida de más de más de 18.000 personas.
Los supervivientes afrontan el reto de seguir con sus vidas sin querer olvidar: Sato forma parte junto a otros vecinos de la Asociación Futuro de Ishinomaki, un proyecto que consiste en contar a los visitantes qué pasó y así mantener viva la memoria.
Esta ciudad de la prefectura de Miyagi, a unos 330 kilómetros de Tokio, fue una de las más afectadas por el tsunami. Allí varias olas de 10 metros acabaron con la vida de 6.000 de sus 160.000 habitantes, mientras 27.000 perdieron sus casas.
En el momento del desastre, Sato era el subdirector de un instituto situado en las zona más golpeada de la ciudad y se encargó de la evacuación de los estudiantes en unos angustiosos 50 minutos.
Él y otras 700 personas, alumnos, profesores y vecinos de la zona, permanecieron en el tercer piso del colegio durante ocho días con temperaturas bajo cero y prácticamente sin mantas, comida o bebida.
«Al principio no quería hablar de ello. Era demasiado duro, no me podía quitar de la cabeza los alumnos que murieron, pero me di cuenta de que es importante que la gente sepa lo que pasó y mantener vivo el recuerdo», relata mientras muestra el estado de la ciudad desde una de sus colinas.
La dimensión de la tragedia es todavía evidente. La totalidad de los barrios de Ayukawa y Kadonowaki han desaparecido y sólo los edificios en ruinas del instituto de Sato y otro colegio permanecen en pie, mirando al mar.
El Gobierno nipón gastó entre 2011 y 2015 más de 26 billones de yenes (unos 207.000 millones de euros) en la reconstrucción de la zona afectada, pero se calcula que en lugares como Ishinomaki las labores de reconstrucción solo llegan al 40 por ciento.
Por otra parte todavía quedan unas 59.000 personas de las prefecturas de Iwate, Miyagi y Fukushima viviendo en alojamientos temporales prefabricados.
«No merece la pena gastar tanto dinero. Nunca va a volver a ser nada igual. Mucha gente se ha ido y no van a regresar. No quieren volver a ver agua más en su vida. Aquí solo vamos a quedar los viejos», explica Kozoue, el sexagenario dueño del restaurante Gingyokusai, en el centro de Ishinomaki.
El agua inundó hasta dos metros su pequeño local que permaneció cerrado durante tres meses. Él se salvó porque decidió correr a la montaña al oír por un vecino que llegaba un tsunami.
A lo largo del escénico litoral de Miyagi, una de las provincias más sacudidas por el desastre natural, la actividad de los camiones y las excavadoras no cesa. Es la única vida que queda junto al mar.
Tras años de limpieza, han comenzado recientemente las obras de reconstrucción que levantan el nivel del suelo o un gigantesco muro anti-tsunami.
Los localidades costeras se han ido moviendo centenares de metros hacia el interior, allí se han construido bloques de apartamentos y nuevas estaciones de tren.
A 13 kilómetros de Ishinomaki se encuentra la pesquera ciudad de Onagawa, que quedó completamente arrasada por una ola de 15 metros que acabó con la vida de unas 1.300 personas.
Una pancarta recibe a los visitantes: «Onagawa no se ha ido con el tsunami».
Pero ya no queda nada de lo que fue. En su lugar se ha levantado una nueva y moderna estación diseñada por el arquitecto japonés Shigeru Ban, muy implicado con la reconstrucción de la ciudad.
Las antiguas calles y viviendas del centro de Onagawa se han sustituido por un centro comercial al aire libre, que fue inaugurado el pasado diciembre.
Decenas de visitantes, muchas familias y grupos de amigos, que llegan de los alrededores, deambulan por allí el sábado por la mañana, entre los nuevos restaurantes, cafés y tiendas de recuerdos.
«Parece que todo ha vuelto a la normalidad, que nos hemos recuperado. Pero no es verdad. Cuando llega marzo, un mes que empiezan a salir las flores, yo lo veo todo gris», explica Satoko Kikuchi.
Esta enfermera de un hospital de Ishinomaki que no pudo volver a su casa en la cercana localidad de Noburi hasta cinco días después del desastre se lamenta de que en el resto de Japón ya no se acuerdan de lo que pasó pero insiste: «Aquí no lo hemos olvidado, nunca lo haremos. El recuerdo sigue muy vivo». EFE
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