Estudia en una de las mejores universidades de Tokio tras una infancia difícil
Fue quizá el peor día de su vida, pero también el día en que su vida comenzó a cambiar. Para bien. Era una noche de febrero de 2011, estudiaba en primer año de preparatoria y su madre la había puesto literalmente en la calle. Llamó a su profesor y le dijo: “Mi madre me ha botado de casa y no tengo a dónde ir. Estaba temblando.
“Está bien. Ven a mi casa por ahora”, le dijo el profesor.
La menor le tenía confianza a su sensei. Tres meses atrás, cuando no pudo asistir a la escuela porque su mamá había cortado su uniforme y sus libros tras una discusión, le contó que la mujer la había echado de casa varias veces desde que era niña, que le tiraba cosas cuando estaba molesta y que rompió su teléfono celular.
El profesor fue la primera persona a la que pudo abrirle su corazón, recuerda en una entrevista que brinda a Yomiuri Shimbun.
Volviendo a la noche de febrero de 2011, cuando llegó a la casa de su profesor habló con él y con su esposa. Les dijo que no quería estar con su madre nunca más.
«Tú has aguantado durante mucho tiempo. Puedes contar con nosotros cuando sea necesario», le dijo el profesor. Sus palabras fueron un bálsamo. Después de una vida plagada de maltratos, por fin tenía gente buena a su alrededor que la podía ayudar.
La menor vivía con su madre en una habitación llena de basura y ropa apilada. El dinero en manos de su mamá era como agua que se escurre entre los dedos. La comida escaseaba. Recibían subsidios estatales, pero ni así el dinero alcanzaba. Pero lo peor no era la pobreza, sino esa madre que sin razón aparente se molestaba con ella y la atacaba.
«Es gracias a mi maestro y mis amigas que he llegado hasta aquí. Nunca podré pagarles plenamente, ni aunque dedicara toda mi vida a ello»
Felizmente, la violencia física y psicológica que su mamá ejercía sobre ella nunca doblegó su determinación de estudiar. Desde chica supo, o tal vez lo intuyó, que la educación era la única herramienta de la que disponía para salir de la pobreza.
Estudiaba hasta tarde, y ni los gritos de su madre la arredraban. En la secundaria fue una alumna destacada. A su mamá parecía molestarle que su hija fuera estudiosa. Cuando ya estudiaba en koko, la mujer le gritó: «No te burles de mí solo porque sacas buenas notas».
Cuando la chica acudió a su sensei en busca de techo, su madre la había echado de casa diciéndole: “Tú no eres mi hija. No regreses”.
Después de quedarse en casa de su profesor, fue llevada a un centro de atención infantil, de donde se mudó a una casa de acogida.
El apoyo que le brindó el profesor no se limitó a alojarla en su casa cuando se quedó en la calle. El sensei se iba a jubilar dentro de dos años, justo cuando ella terminaba la preparatoria. Preocupado por su situación, pidió a la escuela ser el maestro a cargo de la chica durante los dos años que restaban.
Si ella caía enferma y no asistía a la escuela, el profesor la iba a visitar llevándole los trabajos del día para que no se atrasara.
El profesor también creía que el estudio era la tabla de salvación de la chica. “Quiero que gane confianza y se haga más fuerte a través de sus estudios», decía.
Además del profesor, la menor también tenía una amiga muy cercana cuyo apoyo fue importante para que pudiera salir adelante.
Tanto esfuerzo rindió sus frutos en 2013 cuando logró ingresar a una universidad, y no a cualquiera, sino a una de las mejores de Tokio, donde estudia gracias a una beca.
«Es gracias a mi maestro y mis amigas que he llegado hasta aquí. Nunca podré pagarles plenamente, ni aunque dedicara toda mi vida a ello», dice llena de gratitud. “Estudiar es lo que me ha salvado”, añade.
En diciembre del año pasado, la chica se hizo unas fotos en un estudio para su ceremonia de mayoría de edad. No estaba sola. La acompañaban su profesor de koko y su esposa. Ellos continúan apoyándola.
En 20 años de vida nunca se había tomado una foto familiar. Por fin tenía una. «Espero que parezcamos una familia feliz», dijo. (International Press)
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