Testimonio de una superviviente, 70 años después
Naeko Teruya tenía 9 años cuando sufrió en carne propia la Batalla de Okinawa en 1945. Abandonó su casa en Naha rumbo a Itoman, huyendo de los constantes bombardeos. Estaba con su familia.
En Itoman tampoco se salvaron de los ataques. Después de la muerte de varios miembros de la familia, entre ellos su hermano de 2 años, decidieron retornar a Naha. «Si morimos, vamos a morir donde nacimos», dijo su madre.
Naeko –cuyo testimonio recoge Yomiuri Shimbun– recuerda que estaban caminando a lo largo de la costa hacia Naha, ella sobre la espalda de su mamá que la cargaba, cuando se toparon con un tanque de EEUU.
“Corran, niños”, les dijo la mamá a sus hijos. Naeko pensó que el tanque los iba a arrollar y asesinar. Sin embargo, los soldados estadounidenses los protegieron.
70 años después de la guerra, Naeko recuerda que su hermano mayor solía ir a un vertedero militar estadounidense para recoger alimentos enlatados, entre otras cosas, porque la familia tenía hambre.
Su madre decía a menudo: «Algo que los insectos pueden comer es algo que los seres humanos pueden comer». La familia recogía pasto que había alrededor de la casa, lo hervía y se lo comía.
Su familia de diez miembros perdió a cuatro, entre ellos su padre, que fue reclutado por el ejército.
Ahora Naeko Teruya lidera la asociación de familiares de víctimas de la guerra en Okinawa. Está decidida a no permitir que sus hijos, nietos y personas de todo el mundo vivan los horrores que ella vivió durante la batalla de Okinawa.
Teruya comenzó a recoger los restos de víctimas de la guerra poco después de que finalizara. En febrero de este año, encontró diez restos en un acantilado en Itoman. «Me duele cuando pienso en las víctimas que están en un lugar oscuro debajo de la tierra», dice.
Hace dos años, habló por primera vez de su experiencia durante la guerra delante de estudiantes de preparatoria.
Durante una ceremonia realizada en Itoman, con motivo del 70 aniversario de la Batalla de Okinawa, Teruya confesó: «Las experiencias infernales entran en mi cabeza y hieren mi corazón. Siento un profundo dolor y cada vez más extraño a aquellos que perdí”.
Y añadió: «Voy a transmitir las lecciones de la guerra a la siguiente generación, a hablarles de la importancia de la paz. Voy a trabajar mucho más duro para alcanzar la paz eterna”. (International Press)
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