Sucesores de secta apocalíptica podrían organizar otra matanza masiva, advierte Tokio
Antonio Hermosín / EFE
El viernes se cumplieron dos décadas de los atentados con gas sarín en el metro de Tokio, una fecha en la que el Gobierno nipón y los familiares de las víctimas se han comprometido a «no olvidar» el peor ataque terrorista de su historia del país para impedir que se repita.
Los atentados, ejecutados en plena hora punta de la mañana del 20 de marzo de 1995 por cinco miembros de la secta apocalíptica Verdad Suprema (Aum Shinrikyo, en japonés), causó la intoxicación de 6.300 personas, de las cuales 13 fallecieron y decenas quedaron en estado casi vegetativo.
Familiares de las víctimas, trabajadores del metro de Tokio y representantes del Gobierno nipón homenajearon a los fallecidos con minutos de silencio y ofrendas florales en las seis estaciones del subterráneo donde hubo muertos.
El primer ministro nipón, Shinzo Abe, prometió hacer «todo lo posible para que algo así nunca vuelva a ocurrir», durante su asistencia al acto en la estación de Kasumigaseki, en pleno distrito gubernamental de Tokio y una de las más afectadas por el atentado.
«Espero que la gente joven siga recordando lo que significó el ataque de Aum», dijo Shizue Takahashi, viuda de un jefe de estación que resultó intoxicado al retirar una de las bolsas con gas sarín dejadas en un vagón por miembros de la secta.
«Quiero seguir contando lo que siento para no se repita esta tragedia», declaró a los medios Takahashi, quien ejerce como representante de los familiares de las víctimas.
Especialmente cruento resultó el ataque en un tren de la línea Hibiya perpetrado por Yasuo Hayashi (uno de los más firmes defensores de las doctrinas sobre el «juicio final» promulgadas por la secta), quien perforó nueve agujeros en los tres paquetes de sarín que portaba.
La acción de Hayashi, al que la prensa bautizó como «la máquina de matar» fue la que más vidas se cobró (ocho), y llegó a matar pasajeros que esperaban en los andenes y que ni siquiera llegaron a entrar en los vagones.
La sociedad nipona continúa perpleja por este ataque que puso en jaque la sensación de seguridad en el país, mientras siguen sin estar claros los motivos que empujaron a los seguidores de Aum a organizarlo y ejecutarlo.
Según la fiscalía, el objetivo del atentado era distraer la atención ante la persecución policial hacia Aum y desencadenar el caos en la capital, cumpliendo así las profecías apocalípticas de su «gurú».
La secta, cuyo credo entremezclaba elementos bíblicos, del yoga esotérico, del budismo y del hinduismo, llegó a contar con 10.000 seguidores en su época de mayor popularidad, y hoy día sigue activa aunque dividida en dos formaciones Aleph y Hikari no wa (Círculo de luz), ambas sometidas a la vigilancia de las autoridades.
Las dos agrupaciones suman apenas 1.650 miembros (una décima parte que hace dos décadas), y han logrado captar a unos 150 nuevos adeptos en Japón desde 2012.
«Incluso ahora, es posible que organicen una matanza masiva indiscriminada», expresó la ministra de Justicia, Yoko Kamikawa, en una rueda de prensa, en la que también afirmó que ambas organizaciones están «fuertemente influenciadas» por Asahara. (EFE)
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