Japonés fue condenado por un crimen que dice que no cometió
Antonio Hermosín / EFE
Juji «el samurái» pasó casi 12 años encarcelado en Nicaragua por un asesinato que asegura no haber cometido. Cumplida su condena y ya de vuelta en su Japón natal, este obstinado nipón sigue luchando por que se reconozca su inocencia y limpiar su honor.
Juji Hattori, de 66 años, era conocido en la cárcel de Tipitapa (Managua) con apodos como «el japonés» -era el único asiático en todo el recinto penitenciario- o «el samurái» por su determinación y su valentía, que le granjearon el respeto del resto de reclusos.
«Mi único objetivo era vivir lo suficiente para poder limpiar mi nombre», relata Hattori con mirada serena y un gesto serio que sólo relaja al hablar de sus anécdotas carcelarias, durante una entrevista a Efe concedida en el despacho de sus abogados en Tokio.
Su historia se remonta al 24 de abril de 1997, cuando la policía nicaragüense halló en las aguas costeras de San Juan del Sur el cuerpo sin vida de Harumitsu Muto, otro ciudadano japonés que residía en esta localidad de Nicaragua y regentaba un taller y otros negocios.
Dos días después, la policía detuvo a Hattori, quien se encontraba en Nicaragua para hacer gestiones con su socio y amigo Muto. En menos de dos semanas, el Tribunal del distrito nicaragüense de Rivas le declaró culpable del asesinato.
El móvil del crimen, según la sentencia, fue que Hattori cobró un millón de dólares como beneficiario del seguro de vida contratado por Muto diez días antes de su muerte.
El condenado mantiene que él nunca cobró dicho seguro, sino que lo hicieron los herederos legales de Muto, y para demostrarlo enseña el contrato de la póliza donde su nombre no aparece en concepto de beneficiario.
A su favor, también cuenta con una declaración del único testigo presencial que se retracta de su versión inicial, en la que afirmaba haber visto a Hattori arrojando el cadáver al mar, además de un informe del jefe de policía local que recomendaba su liberación por no disponer de pruebas en su contra.
¿Cómo es posible entonces que fuera condenado, y que casi dos décadas después no se haya arrojado luz sobre el caso ni reconocido su inocencia?
«Hubo muchas irregularidades judiciales» responde Hattori, quien también admite que su defensa pudo cometer errores que desembocaron en su condena pese a tener «pruebas claras» a su favor, según su versión.
El exempresario no contó con intérprete ni con un abogado de oficio durante los primeros interrogatorios a los que fue sometido, llegó a firmar documentos judiciales en castellano «sin saber muy bien lo que decían», y algunas de las pruebas necesarias para defender su inocencia no llegaron a tiempo al Tribunal.
En 2001 -cuando Hattori llevaba casi cuatro años en la cárcel- se celebró un nuevo juicio en el que un jurado popular volvió a declararle culpable del asesinato con el móvil de cobrar el seguro de vida de la víctima, ante la falta de pruebas que desmontaran esta versión.
Desde entonces, ha presentado sucesivos recursos judiciales que fueron rechazados por errores de forma o están a la espera de respuesta, como su última solicitud para revisar la sentencia, remitida en octubre 2012 a la Corte Suprema de Justicia de la República de Nicaragua.
Hattori salió de la cárcel en 2008 tras beneficiarse de una reducción de su pena de 18 años y fue deportado a Japón, donde reside actualmente y continúa con su batalla legal, a la que también se suma ahora su «pelea» contra un cáncer de páncreas que le han diagnosticado recientemente.
Aunque pudo al fin volver a su país y reencontrarse con su familia, Hattori sintió «rabia» por no poder quedarse en Nicaragua «el tiempo que fuera necesario» para que se reconociera su inocencia.
«Mientras me queden fuerzas seguiré luchando para que todo se aclare. No quiero que mis descendientes vivan con la carga de ser los hijos de un criminal», dice este padre de cinco hijos con dos parejas distintas y abuelo de dos nietos.
Pese a todo lo acaecido y a que sigue a la espera de su último recurso presentado hace más de dos años, Hattori afirman que no tiene «nada en contra» de Nicaragua ni de su sistema judicial.
«Hice muy buenos amigos durante mi estancia allí. Incluso puedo decir que me trataron bien», señala Hattori, quien aún recuerda con cariño las comidas que le traían las familias de sus compañeros reclusos en el recinto penitenciario.
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