52.000 residentes de la zona siguen evacuados
Andrés Sánchez Braun / EFE
Para contener uno de los principales problemas en Fukushima, los vertidos radiactivos al mar, los técnicos de la central atómica luchan en tres frentes en los que cada pequeño avance cuenta para frenar el alcance de este desastre ecológico.
El accidente -el peor desde el de Chernóbil (Ucrania, 1986)-, provocado por el terremoto y tsunami de 2011, ha dejado sumidas en el silencio a las dos localidades vecinas, Okuma y Futaba, donde un manto invisible de isótopos radiactivos recubre exuberantes bosques y arrozales, convertidos hoy en frondosos pastizales silvestres.
Unos 52.000 residentes de esta zona (limitada a unos 10-15 kilómetros en torno a la planta) siguen evacuados, la mayoría agricultores y ganaderos que no podrán volver a vivir de esta tierra envenenada.
A las emisiones tóxicas de los reactores hay que sumar las 300 toneladas de agua contaminada que se cree van a parar a diario al océano Pacífico a través de los desagües del muelle de la central, lo que equivale a verter una piscina olímpica cada semana.
Las fugas en tanques para almacenar líquido refrigerante y el agua tóxica estancada en los edificios de los reactores son el origen de este torrente ponzoñoso que aún no se logra controlar más de dos años y medio después del desastre.
El remedio al que se encomienda la operadora de Fukushima, Tokyo Electric Power (TEPCO) para rebajar la toxicidad de todo este líquido está alojado en un hangar que esta semana medios de comunicación internacionales pudieron observar, siempre desde fuera, durante una visita guiada.
Esta nave guarda el Sistema Avanzado de Procesamiento de Líquidos (ALPS), que retira del agua 62 tipos de materiales radiactivos a excepción del tritio y que a pleno rendimiento tratará hasta 750 toneladas al día.
La empresa espera tenerlo completamente operativo este mes y planea construir otras dos unidades más para limpiar hasta 2.000 toneladas diarias.
Pese a los problemas mecánicos y de software que ha sufrido ALPS, el director de la planta, Akira Ono, afirmó que prevén «tener todo el agua de la planta purificada para marzo de 2015».
El segundo frente en el que TEPCO centra sus esfuerzos es el almacenamiento de las 370.000 toneladas de agua que ha usado para enfriar los reactores tras el accidente, la cual queda contaminada al entrar en contacto con los núcleos.
En agosto, uno de los 1.000 tanques que almacenan este líquido altamente radiactivo dejó escapar unas 300 toneladas, y parte fue a parar al mar a través de una zanja.
El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) lo calificó como un «incidente serio» (el nivel 3 de gravedad dentro de una escala de 7) y puso de relieve lo lejos que está de controlar la planta TEPCO, duramente criticada por su gestión de la crisis.
El espacio que ocupaba el tanque defectuoso está ahora recubierto de plástico para evitar que la lluvia haga que los materiales contaminantes penetren aún más en la tierra.
También se ha duplicado la altura (de 30 a 60 centímetros) de unos topes metálicos que impiden que estas precipitaciones arrastren la radiación a un canal de desagüe cercano que desemboca en el mar y que a su vez está plagado de mangueras de bombeo y sacos a modo de parapeto para bloquear el cauce.
La planta no deja de talar árboles para hacer espacio a nuevos contenedores y doblar su capacidad de almacenamiento, mientras trata de sustituir las 350 cisternas que pertenecen al mismo modelo que el tanque defectuoso.
En el tercer frente de batalla, el muelle de la central, la altísima radiación ha impedido que se retiren los cascotes, el metal retorcido o los vehículos que el tsunami se llevó por delante.
Este área emitió la lectura más alta durante la visita (820 microsievert por hora), unas 70 veces por encima de lo que se considera un nivel saludable.
Eso no impide que varios trabajadores, enfundados en trajes y máscaras protectoras, construyan aquí sistemas de bombeo y barreras que eviten que el agua que se acumula en los edificios de los reactores, situados a un centenar de metros del estuario, llegue hasta el mar.
Este flujo es producto de las filtraciones del refrigerante que se usa para mantener fríos los reactores atómicos y de los acuíferos naturales que penetran a su vez en los sótanos, algo que podría subsanarse con un procedimiento, aún en preparación, que consiste en congelar el subsuelo en torno a estas construcciones.
Mientras, frente a los reactores se ha levantado una barrera de unos dos metros de alto a base de sacos con rocas para defender la planta de una aterradora posibilidad: un nuevo tsunami.