Vivía a orillas de una de las rutas incas
Un ermitaño japonés de 80 años que vivía a orillas de una de las rutas incas de Bolivia y llevaba un registro de todos los que pasaban por ese camino falleció afectado por una desnutrición severa, confirmó hoy una fuente diplomática.
Tamiji Hanamura, afincando en Bolivia desde enero de 1960, falleció el pasado jueves tras permanecer internado en una clínica en La Paz durante una semana, dijo a Efe una fuente de la Embajada de Japón en esta ciudad.
Hanamura vivía a orillas del camino del Takesi en Sandillani, un punto geográfico de la región subtropical de Los Yungas de La Paz, y desde 1985 llevaba un registro de todos los excursionistas que pasaban por la puerta de su casa y recorrían el camino incaico.
El hombre, que iba a cumplir 81 años el próximo 11 de diciembre, había dejado de salir de su casa y de alimentarse desde hace dos meses, según campesinos del pueblo vecino de Chairo que le conocían e informaron sobre su situación a la embajada nipona.
Un funcionario de la legación diplomática viajó hace once días a Sandillani con un médico y tres bomberos del grupo especial de rescate Bersa y decidieron trasladar a Hanamura a La Paz para que reciba atención médica, pero el hombre murió una semana después.
«Su deseo era que se lo entierre en su terreno, en la comunidad de Sandillani. El viernes fue cremado, el domingo fue trasladado a su comunidad y fue enterrado allí. En su terreno tiene un árbol de pino y él quería que se lo entierre debajo de ese árbol. Se cumplió su última voluntad», dijo la fuente diplomática consultada por Efe.
En una entrevista con Efe hace 17 años, Hanamura señaló que tuvo que dejar su país tras haber sido testigo de la II Guerra Mundial y la destrucción con bombas atómicas de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
El japonés llegó a Bolivia como cuidador de terrenos, contratado por otro japonés de apellido Obuchi, que ya murió.
Apodado «El Chino» por los lugareños, Hanamura construyó él mismo su vivienda en Sandillani, donde su terreno era el lugar más limpio de maleza existente a lo largo del «Camino del Inca», por lo que los excursionistas solían acampar allí.
«Mi nombre es Tamiji Hanamura, que significa ‘Pueblo de flores’ (…) Pensando en eso he limpiado Sandillani, he levantado un jardín japonés que se destruyó con las lluvias. Pero todo el que quiera dormir aquí puede hacerlo», dijo Hanamura a Efe en 1996.
La singularidad de su vida aislada y en soledad era una curiosidad y atracción para los excursionistas que recorren el «Camino del Inca», ruta que une la Cordillera real de los Andes con la selva yungueña, en la cabecera de la Amazonía. (EFE)
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