Precios y producción han caído
Andrés Sánchez Braun / EFE
Los alimentos de Fukushima aún despiertan desconfianza en el resto de Japón dos años después del accidente atómico, pese a que las autoridades locales se empeñan en garantizar a diario su seguridad mediante exhaustivos controles.
El desastre nuclear golpeó con especial saña a la agricultura, principal fuente de ingresos de esta región que cuenta con más de 2 millones de habitantes y la cuarta mayor superficie de suelo cultivable del país.
Al margen de un gran número de consumidores, 44 países de todo el mundo aún limitan o prohíben la importación de alimentos nipones y solo diez han levantado las sanciones desde el accidente, lo que ha resultado en una caída de la producción y de los precios.
Tras detectarse materiales contaminantes en varios tipos de alimentos de Fukushima, las autoridades locales bajo la coordinación del Centro de Tecnología Agrícola de esta prefectura han llevado a cabo durante los dos últimos años tratamientos de limpieza de árboles y campos en la región.
También analizan, antes de que lleguen a los puntos de venta, partidas de verduras, pescado o de forraje con el que se alimenta el ganado y, especialmente, el arroz, uno de los principales productos de la región y base esencial de la dieta de los japoneses, que ingieren una media de 85 kilos al año.
La venta de cualquiera de estos bienes se impide si superan el límite establecido en Japón para vegetales, carnes o productos marinos, que en 2012 fue reducido por el Gobierno de 500 a 100 becquereles de cesio por kilo, lo que implica una cota que, por ejemplo, es seis veces más estricta que la de la Unión Europea.
De este modo, cada saco de arroz cosechado en Fukushima es analizado antes de ser comercializado y se le incluye un código que permite al consumidor verificar el resultado del test al introducir los dígitos en Internet.
Según el Ministerio de Sanidad, en total 17 prefecturas, incluida Fukushima, han analizado desde abril de 2012 más de 250.000 productos, de los cuales 2.200 (0,87 %) superaron los límites impuestos y fueron descartados.
Pese a todo, Hiroshi Takeda, gerente del supermercado de productos agrícolas Veresh ha querido que este negocio de la localidad de Koriyama, 60 kilómetros al oeste de la accidentada central nuclear de Fukushima Daiichi, vaya un paso más allá.
Además de los controles obligatorios, este establecimiento analiza después con sus propios equipos todos los artículos que van a los estantes y aplica un criterio de 20 becquereles de cesio por kilo, cinco veces más estricto que el del Gobierno.
«Nuestro objetivo es ayudar a que los agricultores sean más productivos y puedan empezar a ganar más. Y para eso teníamos que comprobar la seguridad de los alimentos con nuestros propios ojos», afirmó a Efe.
El sistema implantado parece contar con la confianza de los consumidores, ya que los ingresos por venta de Veresh han aumentado un 23,75 % con respecto a 2010.
Koushi Fujita, uno de los 300 granjeros que suministran a Veresh, considera «innegable que el accidente ha extendido material radiactivo por la prefectura», pero está muy satisfecho con el sistema impuesto en el supermercado.
Fujita, que a sus 34 años tiene un hijo de dos, dice ser consciente de la desconfianza que sienten muchos padres en Japón al hacer la compra, aunque reconoce que métodos como el de Veresh recuperan «la comunicación entre productor y consumidor», perdida por la mayoría de superficies comerciales.
No obstante, en el futuro es más que posible que los esfuerzos de este negocio y de las autoridades deban ser redoblados de acuerdo a lo que apuntan ya diversos estudios, que han mostrado contaminación en ranas, grillos o cangrejos de río, lo que muestra la progresiva penetración de materiales radiactivos en la cadena alimentaria.
Hasta el momento, los productos marinos son los que parecen más difíciles de controlar y los que registran los niveles más altos de contaminación, cientos de veces por encima de los límites legales en algunos casos.
Y aun así, el Gobierno central ha detectado que es el género agrícola de Fukushima el que despierta más desconfianza en el consumidor japonés pese a los controles, por lo que ya planea para el próximo mes campañas de información para impulsar las ventas.
Sin embargo, para muchos, tal y como recuerda Takeda, estas medidas ya llegan tarde.
Y es que solo en el caso de su supermercado, un centenar de granjeros (una cuarta parte de los que le suministraban productos en 2010) han dejado de cultivar sus fincas tras el accidente nuclear.