Mandatario estadounidense recibe una segunda oportunidad
Elvira Palomo / EFE
El presidente de EEUU, Barack Obama, dejó atrás la sombra de la decepción, tras un mandato marcado por la crisis económica, y logró hoy del electorado «cuatro años más» para concluir «el trabajo empezado».
«Esto ha pasado gracias a vosotros. Gracias», tuiteaba Obama poco después de las primeras proyecciones que le daban como ganador, mientras celebraba el éxito de esta noche con una foto en la que se le ve abrazando a su esposa.
El presidente, que tuvo que enfrentarse a una crisis financiera y una dura campaña electoral en la que salieron a la luz las promesas incumplidas, parecía haber dejado de ser el mito que deslumbró en 2008 para convertirse en un político de carne y hueso que acumulaba logros y fracasos tras cuatro años en la Casa Blanca.
Obama, de 51 años, y con el cabello más cano, afrontó el revés y pidió una segunda oportunidad para llevar al país «a un lugar mejor» como dijo en la Convención Demócrata de septiembre en Charlotte (Carolina del Norte).
La debilidad de la economía estadounidense, acentuada por un alto desempleo y la crisis en Europa, era el principal enemigo para su reelección pero bajo el lema «Forward» (Adelante) ha conseguido volver a motivar a su base.
La principal promesa de Obama para un segundo mandato, lejos de sus ambiciosos planes de 2008, es poner en marcha una serie de iniciativas para reactivar la economía: más gasto en educación, más empleos en el sector manufacturero, menos dependencia del petróleo extranjero y más impuestos a los ricos.
Para su esposa, Michelle, sigue siendo el mismo hombre del que se enamoró cuando se conocieron en Chicago, y que «conoce el sueño americano, porque lo ha vivido».
El 4 de agosto de 1961 nació en Hawái, el Estado más joven y lejano del país, un niño llamado Barack como su padre, el economista keniano que estudió en Harvard Barack H. Obama, pero a quien le dejó huella su madre, Stanley Ann Dunham, una antropóloga de Kansas.
Tras la separación de sus padres cuando apenas tenía dos años, el pequeño Barack Hussein solo volvió a ver a su progenitor una vez más y el nuevo matrimonio de su madre lo llevó al país de su padrastro, Indonesia, donde se educó en escuelas musulmanas y católicas.
A los 10 años su madre lo envió de vuelta a Hawái, con sus abuelos, para que recibiera una mejor educación. En su adolescencia tuvo escarceos con las drogas y estaba más pendiente del baloncesto que de los libros, pero fue un alumno brillante y terminó estudiando Políticas en la Universidad de Columbia y Derecho en Harvard.
Su abuela materna, Madelyn Payne Dunham, fallecida el día antes de su histórico triunfo electoral el 4 de noviembre de 2008 y quien lo quiso «más que a nada en el mundo», lo inspiró a pensar en grande.
Ella «creía en la promesa fundamental del sueño americano» de la recompensa al trabajo duro «y nos resucitó» con su ejemplo, según Michelle, una abogada con la que Obama se casó en 1992 y con quien tiene dos hijas, Malia y Sasha.
Chicago, la ciudad de Michelle, le ha dado mucho al presidente. Allí se mudó en los ochenta y fue trabajador social, luego profesor y defensor de los derechos civiles hasta dar el salto a la política en 1997 con su elección como senador por Illinois.
En 2004, tras ganar relevancia en la Convención Demócrata con un discurso en favor de la reconciliación racial, Obama desembarcó en la política nacional y entró al Senado.
Galardonado con el Nobel de la Paz en 2009 por sus «esfuerzos extraordinarios por reforzar la diplomacia internacional», puso fin a la guerra de Irak, ha fijado el camino para la retirada de Afganistán y autorizó la operación militar que acabó con la vida de Osama bin Laden el 1 de mayo de 2011.
También aprobó en 2010 una histórica reforma que establece el seguro médico obligatorio, un logro sobre el que la sociedad estadounidense está muy dividida.
Sin embargo, no cumplió la promesa de cerrar la polémica cárcel de Guantánamo y los hispanos, una fuerza creciente en EEUU, le reprochan que tampoco pusiera en marcha una reforma migratoria.
Progresista, competente, racional y decente. Así ha sido Obama para la respetada revista The New Yorker, que ha destacado, ante todo, su profundo sentido de la integridad y la justicia.
También ha dejado ver el lado oscuro de su temperamento con una cierta tendencia al aislamiento, a la autosatisfacción y a la pasividad.
Él mismo ha admitido que uno de los mayores errores de su primer mandato fue no saber «conectar» mejor con los ciudadanos y por eso había pedido una segunda oportunidad para «seguir hacia adelante».