No podemos perder el partido contra Japón. Por Augusto Higa

El escritor Augusto Higa, como Luis Arriola, testimonió su experiencia en Japón en una novela.

El escritor Augusto Higa, como Luis Arriola, testimonió su experiencia en Japón en una novela.

Augusto Higa


He leído con nostalgia, y al mismo tiempo avidez, la novela testimonio Gambate del joven narrador Luis Fernando Arriola Ayala (http://espanol.ipcdigital.com/2012/04/21/%E2%80%9Cjapon-es-como-mi-viejo-me-dio-duro-pero-me-enseno-mucho%E2%80%9D/). ¿Qué es lo que cuenta esta novela?  Nada menos que las incidencias del personaje central Luis Endo en tierras japonesas, entre 1993 y 1998, en las prefecturas de Ibaraki y Shizuoka.

El alter ego de Arriola, Luis Endo, es un joven universitario de la Universidad Católica, quien acuciado por la crisis económica del Perú, parte a Japón en busca de su destino.  En primer lugar para juntar dinero y regresar a continuar sus estudios. En segundo lugar, por una vocación aventurera, a los 21 años, en una juventud sin rumbo, ni tampoco porvenir, con sus crudas preguntas existenciales.

Allá en Japón, no conoce el idioma, la geografía y las costumbres le son hostiles, y su situación laboral es la de un ilegal. Mejor dicho, Luis Endo es un bamba, un trucho, un chicha, alguien que ha comprado un apellido nipón en Lima, y debe afrontar la vida escapando de la Migra japonesa con su visa irregular.


Tal vez el estatus y la propia condición de Endo se ven reflejados en el japoñol que utiliza para ubicarse a sí mismo. Gambatte en japonés significa perseverar, esforzarse, resistir hasta el final, dar lo mejor de sí mismo. Naturalmente, dentro del orden, la moral, y los buenos valores.

Los peruanos en Japón han transformado el gambatte por gambatear, que significa sobrevivir, utilizar todos los remedios lícitos e ilícitos para afrontar la adversidad. Su moral está más cerca del recursero, el cachuelero, el mil oficios, y el pícaro. En otras palabras, proyectan en Japón la ética del subsistente, con todos sus ardides y su lógica adaptativa.

No es casualidad que, por ejemplo, ya en las primeras líneas de la novela, todavía sin trabajo y sin recursos, Luis Endo aprende el oficio hurtando en un supermercado («Una cosa es gambatear por hambre y otra robar comida y ropa para venderla», página 7).


De alguna manera, Luis Endo o el chato Ikeda, el negro Koga, el flaco Yamaguchi, o el antiguo policía llamado Cuy, todos ilegales y con identidades falsas, tienen como principal enemigo a la Migra japonesa. Por eso se ubican en ciudades recónditas, donde no existan muchos extranjeros, puesto que allí son menos probables las batidas policiales. Por ejemplo, Kashima en Ibaraki o Shimizu en Shizuoka.

Allí pueden vivir, en contacto con contratistas odiados, para laborar en fábricas pequeñas, ya cortando el pescado congelado, o limpiar bloques de cemento para construcción. El recorrido de Luis Endo, por lo tanto, abarca seis u ocho fábricas que aceptan ilegales, e innumerables viajes en densha o tranvía por las prefecturas costeras.


En estos centros laborales, el correlato objetivo de Luis Endo son los buscavidas brasileños o peruanos, y las tailandesas y filipinas de los snack bar. No son aceptados por la población japonesa, pero logran formar pequeñas congregaciones de expatriados para celebrar Navidad o 28 de Julio.

Toda la primera parte de la novela, siete capítulos, 80 páginas, aparte del temor a la Migra y el trabajo monótono de la fábrica de Kashima, el testimonio se despliega para contarnos los explosivos fines de semana, entre borracheras y los deslices en los snack bar con las prostitutas tailandesas.

Allí Luis Endo, furioso y desubicado, tiene relaciones con Rika, una hermosa muchacha controlada por la pandilla tailandesa. Ellos venden cocaína, marihuana, hachís, y compran cosas robadas. No es posible que Rika, la mujer del iraní Ramín, tenga relaciones de amantes con Luis Endo, porque es  proxeneta y jefe de la banda. De tal manera que la contienda entre tailandeses y peruanos es inminente. Para evitar que la sangre llegue al río, Luis Endo debe escapar, regresar a Shizuoka en busca de una nueva fábrica y otros ambientes peruanos.

Naturalmente, ¿ante tantos desplazamientos, borracheras, y delirios sexuales, la moral de los recurseros o gambateros es tan fatal y desastrosa? No, evidentemente no. Lo que se cuenta es más aparente, en todo caso el escritor inventa ficciones para atraer al lector con figuraciones sórdidas y noches de vacío y alcohol. Por detrás de esa mentira, como diría Vargas Llosa, se da la verdad del destierro, la incomunicación, la adversidad extranjera que socava los huesos.

Luis Endo y los peruchos maginales viven amores prostibularios, por rabia, por soledad, por revancha, por escapar de las rutinas de las fábricas, bordeando la locura. Por lo tanto, una de las consignas de los ilegales es: «Todo lo que nace en Japón muere acá» (página 58). En otras palabras, desvíos, amoralidades, el desenfreno sexual, las sacaderas de vuelta, los amores prostibularios, se dan en el infierno de Japón, pero no se trasladan al Perú.

Por otro lado, como lo advierte el Cuy en varios pasajes: «Endo, un gambatero no sólo roba comida en los supermercados para sobrevivir. Un verdadero gambatero regresa al Perú con dinero bien ganado y la frente en alto» (página 81). Los recurseros saben que por encima de la ilegalidad deben trabajar en la exacta dimensión del esfuerzo, ganando palmo a palmo diez mil o doce mil yenes diarios, y no perdonan los sábados ni las horas extras. Tienen en cuenta lo que declara el Cuy en varias oportunidades: «No se puede perder el partido contra Japón» (página 15).

En ese sentido, es ejemplar la historia del chato Ikeda, un muchacho de 21 años y rostro de niño. Él era el hermano mayor, después venían dos hermanos más, su padre era alcohólico, los había abandonado de pequeños, su madre vendía comida en el mercado de Santa Anita, en Lima. El chato Ikeda ayudaba en la cocina a su madre.

Una mañana, tres clientes se pusieron a conversar de Japón, de kosekis falsos, visas truchas, y pasaporte con apellidos japoneses. El chato Ikeda no lo pensó dos veces. Le pidieron 4.500 dólares. Negoció con los tramitadores y compró su pasaje en avión y toda la documentación falsa. La familia se endeudó, realizaron polladas, préstamos.

El chato Ikeda viajó a Japón y trabajó en una fundición en Osaka. Le bastó tres meses de trabajo para pagar sus deudas. Después ahorró y pudo traer a sus dos hermanos a la fábrica. Entre los tres juntarían en el menor tiempo posible la mayor cantidad de dinero y pondrían un gran negocio en el Perú (página 38).

A su modo, Luis Endo también es un triunfador. En la obscuridad de la conciencia, peleando duro en las fábricas, en cinco años en Japón, ha logrado reunir el suficiente dinero, y reiniciar sus estudios universitarios, y así cumplir con la promesa que le hizo a su padre.

Finalmente, agradezcamos a Luis Arriola Ayala por la frescura de su visión y su honestidad narrativa. Su novela Gambate no es precisamente un dechado técnico y tiene limitaciones verbales. Sin embargo, abre camino para otros relatos similares: migrantes peruanos en el extranjero.

Augusto Higa, exdekasegi, es autor de la novela Japón no da dos oportunidades, en la que narra la experiencia de un inmigrante peruano en Japón a principios de la década de 1990.

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