El tiempo parece haberse detenido en algunas zonas devastadas por el tsunami
Texto: Dario Mogi
Fotos: Helio Shinohara
Llegamos a Minami Sanriku, una ciudad costera ubicada en la prefectura de Miyagi. Las imágenes que saltan a nuestros ojos son las mismas que nos mostraba la televisión el año pasado. A pesar de la remoción de escombros, las huellas de la devastación del 11 de marzo de 2011 aún permanecen. El tiempo parece haberse congelado. La reconstrucción está más cerca de ser un anhelo que una realidad.
Desde la casa del Sr. Sato, enclavada en lo alto de una colina, se puede ver el mar, el puerto y buena parte de la ciudad. Al vernos, se nos acerca. Quiere hablar, no quiere olvidar, no puede. Nos muestra la estaca que clavó en el suelo para marcar hasta dónde llegó el agua. Recuerda cómo la gente subía desesperadamente por la colina, mientras abajo la ciudad desaparecía bajo el tsunami. Sato mira a lo lejos, y suspira con la desazón de quien sabe que nunca podrá ver su ciudad como era antes de la tragedia.
La economía de la ciudad se sustentaba en la pesca, el turismo y el cultivo de productos del mar, como ostras y algas. La zona entre el océano y las montañas fue casi totalmente destruida y aún no se define si buena parte de ella va a poder ser urbanizada nuevamente o será declarada no apta para habitar. Esa especia de limbo y la escasez de recursos de los damnificados están lastrando la reconstrucción, empujando a sus residentes a emigrar en busca de trabajo y un lugar seguro para establecerse.
Ha transcurrido más de un año desde el terremoto y tsunami que asoló la región de Tohoku. Lo peor ya pasó, pero supervivientes como el Sr. Sato aún sufren los estragos causados por la furia de la naturaleza.
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