Ya está, ahora sí, la Liga es del Madrid. La buscó desde la primera fecha, la apuntaló durante ocho meses y la remató ayer, en el partido clave y en su campo más difícil. La empezó a acariciar hace dos semanas, al ganarle al Atlético de Madrid en el Calderón, la tarde que podía resbalar y aprovecharla el Barcelona. Pero ganó y mantuvo los 4 puntos de ventaja. La luz perfecta para llegar a Catalunya, por las dudas… Y la aseguró este sábado con un triunfo irreprochable, basado en la premisa ideal de José Mourinho: ser una muralla atrás y eficaz adelante.
Con 7 puntos de ventaja y cuatro fechas por delante, a este Real Madrid no se le escapa el título, salvo que antes llegue el fin del mundo.
Empezó a ganar el clásico desde la mentalidad. No salió a proponer guerra, a amedrentar al rival ni a pegar a mansalva, como otras veces. Fue al Camp Nou a jugar fútbol, su fútbol. Y lo impuso. Buscó bien la victoria y la encontró mejor. Una línea de cuatro acorazada con Arbeloa, Pepe, Sergio Ramos y Coentrao enérgicos, ordenados, atléticos, concentrados, persuadidos de que deberían aguantar a pie firme todos los lanzazos durante 95 minutos. Y lo hicieron. Con un medio rompedor que debía dificultar al máximo el tránsito azulgrana (Khedira, Xabi Alonso, Di María); esto es: trabar, molestar, obstruir, pellizcar, desarmar y todos los sinónimos. Con un lanzador (Ozil) presto para meter la puñalada en el momento que lo propiciara el juego, y dos puntas filosos, veloces y con las antenas paradas, listas para detectar cualquier bola que pudiera presentarse. Que podía ser una en todo el partido, acaso dos.
Siempre que enfrenta al Barcelona, el objetivo de Mourinho es evidente: destejer la madeja del Barsa. Tirar de la punta de la lana y deshacer el bonito crochet que elabora éste a partir de Xavi, con la complicidad de Iniesta, Busquets, Messi y, en este caso, también Thiago. Cuando todos miran qué lindo está el tejido, el Barsa clava las agujas. Y mata. Por eso el tan laureado como tolerado técnico merengue da la orden perentoria: “¡Que no tejan…!
Adicionalmente, el portugués impartió otra indicación: estar más atento al receptor que a quien trae la pelota. Uno de los grandes secretos de este Barsa maravilloso es la cantidad de opciones de pase que tiene el portador de la pelota. Tapándole la descarga, pierde claridad y, sobre todo, profundidad. Así fue. Una vez más, el Barsa tuvo un alto porcentaje de posesión, pero careció de explosión arriba.
Estuvieron parejos en situaciones de gol, dos, tres para cada uno. El cuadro blanco las aprovechó mejor. Y eso es un mérito. Cuando un partido es tan parejo, el que mete un gol más gana bien. Cristiano Ronaldo estuvo más feliz que Messi, no sólo por su gol (gran pase al vacío de Ozil, pique demoledor y definición simple: esquive al arquero y toque a la red), se lo vio más fresco, con más ganas. Cristiano, hay que decirlo siempre, es un delantero extraordinario, ganador, valiente (nada que ver con la fama opuesta que le hacen), físicamente perfecto, de técnica excepcional y pegada única. Apenas una sombra se cierne sobre él: Messi. Es como si uno edifica una bellísima casa de fin de semana, con un parque de ensueño y una piscina espectacular y al lado viene alguien y le construye un edificio de veinte pisos que le tapa el sol.
El calendario le clavó un puñal al Barcelona. Después de una temporada extenuante, le tocó jugarse toda la gloria en seis días sin el mínimo margen de error: Chelsea el miércoles, Madrid el sábado, Chelsea el martes. Terrible. Tres finales ante rivales durísimos, que lo esperan sin rubores, rompiendo todo lo que construye y, de pronto, le clavan un estiletazo. Así fue en Londres ante los de Drogba, así fue ayer contra los de Casillas. Puede quedarse sin nada.
Para peor, fue una temporada llena de lesiones; la más lamentada, la de Villa, hombre de 30 goles al año, mínimo. Ahí aparece un problema del Barcelona: su entrenador, extraordinario en tantos aspectos, no ficha bien. Es su defecto visible. El Barsa necesitaba un delantero con mucho gol, estaba claro. Pedro ya venía en baja. El único garantizado de que disponía era Villa. Cuando éste se fracturó, esa carencia de cañonero se hizo más patente. La fabulosa prestación de Messi (63 goles y 32 asistencias en lo que va de temporada) disimuló la ausencia. Pero el día que Messi no hace gol o pase-gol, Barcelona pierde. O no gana. Lo dicen con crudeza las estadísticas: si él no convierte, el Barsa gana menos del 40% de los puntos.
En un club del porte económico del catalán, donde puede elegirse lo que guste, si se sale al mercado hay que comprar lo mejor. Hablamos de Luis Suárez, Wayne Rooney, el brasileño Leandro Damiao, el Kun Agüero. Villa nunca fue tan titular como ahora que no juega.
Aparte, el Barsa ha sentido el trajín de tantas batallas. Está físicamente desgastado, sin lozanía. Varios jugadores que eran baluartes hace meses están acusando fatiga futbolística: Piqué (por eso fue al banco), Cesc (desconocido), Xavi aflojando… Iniesta levantó hace tres partidos, pero venía de un bache pronunciado.
Lo mejor de este Barsa de ayer fue su hidalguía. No le ensució la victoria al Real, no protestó los goles, no pegó ni buscó riña al final. Tampoco se quejó del árbitro (que estuvo impecable, por cierto). El Madrid se llevó el 95% del título a casa y nadie lo molestó.
Decir que el Barsa es el mejor equipo de la historia es el máximo halago para el Real Madrid: a ese equipo le gana la Liga.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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