«Se habla de reconstrucción, pero se reconstruyen casas o edificios. El corazón, en cambio, es blando y no se reconstruye fácilmente», dice un monje en Ishinomaki
Andrés Sánchez Braun / EFE
Los ritos fúnebres se multiplicaron el viernes en la ciudad de Ishinomaki, en el noreste de Japón, a dos días del primer aniversario del tsunami que arrasó esta zona, donde varios grupos instaron a apoyar la reconstrucción «anímica» de los supervivientes.
Saikoji era ayer uno de los templos budistas más concurridos por su ubicación en el devastado vecindario de Kadonowakicho, donde perdieron la vida buena parte de los 3.735 muertos y desaparecidos que la catástrofe dejó en esta ciudad.
Muchos celebraron aquí ceremonias privadas en honor de los seres queridos fallecidos hace casi un año y dejaron ofrendas en las tumbas del cementerio colindante, aún parcialmente arrasado por la crecida del mar.
El monje al frente del templo, Shinsho Higuchi, explicó a Efe que ante la inminencia del aniversario el número de ritos budistas que debe oficiar se ha disparado en las últimas tres semanas, aunque su objetivo personal es, además, servir de apoyo para «curar el corazón» de los supervivientes.
«Nos preguntan qué ha cambiado en Ishinomaki desde hace un año. Nada ha cambiado, el dolor es el mismo. Se habla de reconstrucción, pero se reconstruyen casas o edificios. El corazón, en cambio, es blando y no se reconstruye fácilmente», recordó, durante su servicio, el monje a una de las familias a las que atendió el viernes.
Una vez al mes, Higuchi acoge en el templo reuniones para madres que perdieron a sus hijos en la tragedia, consciente de que desahogarse del dolor por la muerte de un ser querido es difícil en una ciudad donde casi todos los vecinos han sufrido alguna pérdida.
A esto se suma la sensación de soledad de muchos de los miles de evacuados que han visto roto el vínculo con su comunidad -algo de enorme importancia en el Japón rural- al haber sido reubicados en viviendas temporales lejos de sus vecinos.
Por eso, Higuchi considera necesario crear espacios donde los habitantes del noreste nipón puedan compartir esa tristeza con la que muchos han cargado en silencio durante casi un año.
La familia Watanabe, una de las que ayer celebró un memorial por sus fallecidos, agradeció el trabajo del monje y reconoció que, ante la escala de la tragedia, es difícil afrontar la cicatriz emocional que les ha dejado el tsunami.
Además han tenido que dedicar mucho tiempo a sosegar la ansiedad que el terremoto y sus réplicas, casi 600 de más de 5 grados en los últimos doce meses, han provocado en la más pequeña del grupo, Kurumi, que en abril cumplirá cinco años.
El impacto de la tragedia en los menores es también una de las principales preocupaciones de la asociación Ashinaga, que ofrece apoyo a los 1.580 niños que perdieron a sus progenitores en el desastre.
La ONG, con una larga trayectoria en proyectos de apoyo para huérfanos, estableció un mes después de la tragedia una oficina en la ciudad de Sendai, capital de la provincia de Miyagi, la más dañada por la catástrofe.
Desde ahí coordina hasta hoy actividades para los niños realizadas por voluntarios, todos ellos personas que también perdieron a sus padres en su infancia y que recibieron entonces ayuda de Ashinaga.
La asociación, que también trabajó con niños que quedaron huérfanos por el terremoto de Kobe en 1995, considera que los menores pueden empezar a comunicarse más fácilmente si comparten su experiencia con alguien que también la ha vivido.
«La mayoría de estos niños aún no han expresado sus emociones, y por ello están muy lejos de empezar a digerir lo sucedido», explicó a Efe el director de la oficina de Ashinaga en Sendai, Yoshiji Hayashida.
Los pequeños, según Hayashida, han sido incapaces de expresarse en el colegio, donde quieren evitar despertar pena en sus compañeros, y también en sus casas, dado que muchos han sido acogidos por familiares y por ello viven en ambientes donde el dolor ajeno les impide hablar de lo que sienten.
Aún así, durante las actividades llevadas a cabo hasta el momento en ciudades gravemente afectadas por el tsunami, como Ishinomaki, muchos han comenzado a abrirse a los demás.
Consciente de que ayudar a estos niños es una carrera de fondo, la ONG pretende abrir cinco oficinas más en otras tantas localidades del noreste de Japón, entre ellas Minamisoma, ciudad muy cercana a la accidentada central nuclear de Fukushima Daiichi y donde al trauma del tsunami se une, hasta hoy, el temor a la radiactividad. (EFE)
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