Japón se prepara para despedir 2011 con un despliegue de tradiciones que van desde limpiar bien la casa a comer fideos antes de medianoche, esta vez con la esperanza de dejar atrás su año más negro desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Después de un lapso tan difícil como el desatado por el trágico tsunami de marzo, la mayoría de nipones ansía celebrar aún más el «oshogatsu» (año nuevo) junto a los suyos y olvidarse de los problemas, lo que ha hecho que el tradicional éxodo desde las grandes ciudades a las localidades de origen sea aún más masivo.
Sin embargo, los ritos festivos de estas fechas en Japón también requieren un cierto empeño, en primer lugar, porque antes del 31 de diciembre los nipones tienen la costumbre de limpiar bien cada rincón de casas y negocios para espantar a los malos espíritus.
También toca cumplir con otras tradiciones como la de enviar una postal de año nuevo («nengajo») a prácticamente todos los conocidos, lo que hace que ésta sea una época de febril actividad en las oficinas postales de todo el país.
La era digital no ha terminado con este hábito pero sí ha hecho más llevadera una tradición que a la mayoría le supone realizar más de 100 envíos postales, ya que hoy se pueden encargar las tarjetas personalizadas en las tiendas de reprografía y muchas impresoras japonesas incluyen una función que permite editarlas en casa.
Millones de nipones recibirán este año entre decenas y cientos de «nengajo», la mayoría decorados con el dragón que corresponde a 2012, ya que Japón, pese a cambiar el calendario lunar por el gregoriano en 1873 y celebrar la llegada del año el 1 de enero, aún conserva el zodiaco chino.
Aún es típico en los hogares, sobre todo en el ámbito rural, preparar en estas fechas el «mochi» (pasta de arroz), cuya elaboración tradicional consiste en colocar arroz glutinoso hervido en un mortero y golpearlo con un gran mazo de madera mientras otra persona lo voltea y lo riega con agua.
El resultado es una pasta que se consume durante los primeros días de enero, y que es tan pegajosa que de hecho constituye una de las principales causas de mortalidad en estas fechas debido a la gran cantidad gente que se asfixia con ellas.
La pasta también se emplea para hacer el «kagamimochi», un gran pastel de «mochi» endurecido que normalmente se coloca en el altar sintoísta de la casa, y que luego se rompe y se come el 11 de enero.
Con el hogar reluciente, el arroz bien aporreado y los «nengajo» enviados, pueden comenzar las preparaciones para el «omisoka», el último día del año.
Antiguamente esta fecha se empleaba para preparar los ingentes y variados menús que todos los miembros de la familia consumen a partir del 1 de enero, básicamente porque la tradición de origen chino consideraba tabú cocinar durante los tres primeros días del año.
Por eso mismo, los platos incluidos en estos festines, que pueden incluir desde judías negras dulces hasta pescado al vapor, estaban pensados antaño, cuando los refrigeradores aún no existían, para durar varios días en óptimas condiciones.
Las especialidades que incluye el «osechi» (la comida de año nuevo) varían entre las regiones del país y muchas tienen algún tipo de simbolismo.
De este modo, las huevas de arenque («kazunoko», en japonés) se comen en muchas casas en año nuevo porque antiguamente se creía que deparaban la llegada de descendencia numerosa, ya que uno de los ideogramas con los que se escribe la palabra suena igual que «número», mientras que «ko» significa niño.
Por otro lado, era típico comer «tazukuri», sardinas cocinadas con salsa de soja y azúcar, con la esperanza de que ello trajera cosechas abundantes, puesto que era común emplear los ejemplares jóvenes de este pescado para abonar los arrozales.
Hoy cada vez son menos los hogares que cocinan en casa estos menús, que se pueden comprar ya preparados en tiendas y restaurantes y que ya no tienen por qué incluir solo especialidades niponas tradicionales.
El 31 de diciembre se cena «toshikoshi soba», un tipo de fideos de trigo sarraceno que se consumen en torno a la medianoche y cuya inusual largura simboliza el paso de un año al otro y también longevidad.
De hecho, muchos consideran de mal agüero dejar algo de este «soba» en el plato.
Superada la medianoche muchos optan por vestirse con sus mejores ropas tradicionales para visitar, antes del amanecer, un santuario sintoísta o un templo budista, donde se hace sonar la campana 108 veces para librar a los feligreses de los 108 pecados humanos que concibió Buda.
Los más voluntariosos se acercan después a una zona elevada o a las costas para contemplar el «hatsuhinode» (el primer amanecer del año), en esta ocasión con la esperanza de pasar página de una tragedia que, en los doce meses que terminan, ha marcado a un país que se esfuerza aún por superarla. (Andrés Sánchez Braun / EFE)
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