El fútbol de hace 40 ó 50 años era posiblemente más bonito y romántico. El espíritu era superior: se jugaba para el aplauso. El de hoy tiene un grado de oposición tremendamente mayor.
Por Jorge Barraza*
“Me quito el sombrero frente al Barcelona, pero mi Santos era otra cosa. No se pueden comparar ambos equipos porque el Barcelona está emergiendo ahora y mi Santos estuvo en la cima durante 15 años, está claro que mi Santos fue mucho mejor”. La declaración, publicada por el diario “Sport”, de Barcelona, pertenece al rey Pelé.
Uffff…. ¿Por dónde empezar? Si existe una persona en el mundo con derecho a opinar de fútbol se llama, justamente, Pelé. Este cronista tuvo la fortuna de verlo jugar, en vivo, siendo un aspirante a aspirante de periodista. Un chico que anotaba las formaciones en el camarín y veía al astro brasileño como quien ve a un ser extraplanetario. Fue en un Huracán 0 – Santos 4. Pelé marcó un gol bellísimo. Haber cubierto ese partido es una medalla que tenemos guardada en una cajita de colores. Pelé fue un monstruo sagrado de este juego (¡qué noticia!). Tan crack que, si se enojaba, ganaba un partido él sólo. Se golpeaba el pecho y había que dársela. Él se arreglaba. Contra dos, contra tres. No era un habilidoso al estilo Maradona ni un fantasista tipo Ronaldinho ni un elegante como Zidane. Sí poseía una técnica maravillosa de remate con el pie o con la cabeza, una potencia terrible, un portento físico y anímico. Nada lo achicaba. Al contrario, metía los codos y la plancha con fiereza. Sabía gambetear en velocidad. Y tenía el don del gol.
Sin embargo, últimamente, O Rei siente la necesidad imperiosa de reivindicarse a sí mismo, al Santos, al fútbol brasileño, a Neymar… Casi semanalmente y sin que nadie lo espere, sale a decir “Yo hice 1.300 goles y gané tres Mundiales y…”
Un amigo, técnico él, que jugó muchos años en Colombia, me dice: “No soy estadígrafo, así que no quiero discutir, pero para que un jugador haga 1.300 goles necesita meter 50 goles por año durante 26 años seguidos, y eso me parece imposible”. Y amplía: “El Pulpa Etchamendi, nuestro técnico en el Cali, decía que le habían sumado hasta los goles de los entrenamientos”.
Otro amigo agrega: “Ganó tres Mundiales, sí, pero es bueno aclarar que en el de Chile jugó un solo partido”.
De todos modos, no se trata de demeritar al genio. Pelé es indiscutible. El tema es otro. Vale aclarárselo a los más chicos: el fútbol de hace 40 ó 50 años era posiblemente más bonito y romántico, jugado con un sentido artístico. El espíritu era superior: se jugaba para el aplauso. De verdad, se buscaba agradar. Los jugadores permanecían durante años fieles a un club y así se convertían en ídolos, no había un deseo tan desesperante de dinero y el marketing y la mediatización no deformaban las cosas como ahora. Existía el mérito. Hoy los pases se hacen 40% por rendimiento y 60% por influencia y habilidad de los representantes. Todo era más puro y noble.
Pero en la cancha, este fútbol es más difícil que aquel, tiene un grado de oposición tremendamente mayor. No es una cuestión de dar más o menos patadas, que siempre las hubo, hablamos de obstáculos. Es mucho más veloz (y sólo la velocidad ya induce al error). No obstante, la velocidad no sería todo: la presión del adversario sobre la pelota hace que pasarla, dominarla y jugarla sea en extremo complicado. Esos tres actos hay que hacerlos, hoy, en un quinto de tiempo del que se disponía antes.
Si al virtuoso Santos de los ’60 un equipo le hubiese opuesto la fuerza, el estado atlético, la agresividad, la ferocidad, el salvajismo casi que le opone el Real Madrid al Barcelona en cada enfrentamiento actual, tal vez no hubiese escrito páginas tan gloriosas. Antes se dejaba recibir, pensar y ejecutar. El juego era más estático y posicional. Ahora todo es dinámica, velocidad, presión, hostigar, obligar al error… De allí el mérito extraordinario del Barcelona de Guardiola, de jugar como un ballet cada partido, en el más alto nivel de competencia, y ganar casi siempre durante más de tres años. Como valioso agregado: el Barsa no tiene baches, nos deslumbra en cada presentación.
Antaño todo era más permisivo; las marcaciones, más flexibles. Un jugador muy hábil y escurridizo, con tiempo y espacio, hace estragos al rival. Imaginemos cuatro o cinco juntos como Pelé, Coutinho, Pepe, Mengalvio…
Un lector nos dice que comparar épocas es imposible. Y pregunta: “¿Quien nos puede asegurar que si trajéramos al Santos de esa época a jugar en esta no podría hacer las maravillas que hacían entonces?”. Allí precisamente da en el clavo: Santos ya no tiene la posibilidad de demostrarlo, Barcelona sí lo ha hecho. Sí ha podido ser una perfecta y bella maquinaria de construir fútbol de ataque, ganador y goleador ante adversidades indiscutiblemente mayores. Y no tenemos dudas de que, puesto en aquellos tiempos, el equipo de Pep hubiese hecho proezas aún superiores.
“Si el Santos duró 15 años ¿por qué ganó apenas dos Libertadores?”, pregunta un participante de un foro. Verdad: todo equipo se mantiene en la cima ganando. Es lo que hace este Barcelona, que no se cansa ni se aburguesa ni renuncia a su filosofía de jugar, jugar siempre y bajo cualquier presión adversaria. Con todo el respeto por O Rei, el Santos no fue mucho mejor que este Barsa. Más bien es al revés.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
Be the first to comment