Pobreza, drogas, robos, órganos perdidos y matrimonios arreglados
Filipinas tiene un atractivo singular para muchos japoneses, que lo ven como un destino exótico e idílico donde se puede llevar una vida relajada y sin mucho dinero.
Sin embargo, un artículo de Asahi Shimbun muestra que muchas veces el sueño puede convertirse en una pesadilla que involucra pobreza, drogas, pérdida de órganos e incluso la muerte.
Por eso, se ha hecho frecuente escuchar entre los japoneses que residen en Filipinas la expresión «japoneses indigentes», para referirse a sus compatriotas que atraviesan por una precaria situación económica.
Un expolicía japonés de 49 años conoció a una filipina en un bar en Tokio. Se enamoró de ella y se casaron en 2001. El hombre renunció a la policía y se mudó a Filipinas. Su anciana madre vendió una propiedad en Japón y se unió a su hijo y su nuera en el 2007.
La pesadilla no tardaría en materializarse.
La filipina se fugó con su amante llevándose dinero y joyas. En diciembre pasado, el japonés apareció en un programa de televisión para decirle a la mujer que no le importa que se haya escapado con otro hombre, pero que le deje la mitad del patrimonio que los esposos poseían.
El hombre y su madre perdieron bienes y recursos estimados en 150 millones de yenes (1,9 millones de dólares).
El expolicía logró que se emitiera una orden de arresto por sospecha de robo contra su esposa y su amante. Pero como si el hurto no hubiese sido suficiente, el amante de la mujer llamó por teléfono al expolicía para amenazarlo: “Tu esposa ha contratado a un asesino para que dejes el caso”.
El japonés está escondido en casa de un conocido.
“No puedo darle cara a mi madre. Tengo que hacer todo lo posible para recuperar mi dinero”, manifiesta.
En octubre del año pasado, un hombre de 46 años nacido en Osaka fue encontrado muerto en la ciudad de Limay. Se había suicidado tras discutir con su conviviente filipina de 26 años por problemas económicos que la pareja enfrentaba.
Los familiares del hombre en Japón se negaron a aceptar el cuerpo, por lo cual tuvo que ser enterrado en un cementerio público en Limay.
Entre 60 y 80 ciudadanos japoneses al mes acuden a la embajada de su país en Manila. La mayoría pide préstamos. Muchos son ancianos japoneses conducidos hasta la embajada por sus familiares filipinos.
Un funcionario de la embajada afirma que los japoneses piensan que la vida es más sencilla en Filipinas. La mayoría conoce a mujeres de ese país y termina casándose con ellas.
En diciembre pasado, un homeless japonés de 46 años fue encontrado en unas montañas en la isla de Negros. Oriundo de Yokohama, el hombre se había mudado a la ciudad de Dumaguete en 2002 luego de que su esposa muriera.
Al principio, vivió en la casa de una filipina con la que tuvo una hija. Trabajaba en construcción, pero sus ingresos eran inferiores a la remuneración promedio de un filipino. La familia de la mujer lo trataba con frialdad.
Incapaz de lidiar con la situación, el japonés dejó la casa en octubre pasado y se fue a vivir a las montañas.
El hombre no quiere retornar a Japón para no separarse de su hija.
De acuerdo con algunas fuentes, existen japoneses que desesperados por no tener dinero se involucran en tráfico de drogas, donación de órganos o matrimonios falsos arreglados por organizaciones criminales.
Como la embajada de Japón no dispone de un presupuesto para otorgar préstamos a los japoneses para que puedan retornar a su país, funcionarios llaman a parientes o amigos para pedirles que les envíen dinero.
Sin embargo, con frecuencia estos se niegan, aduciendo que han roto completamente lazos con ellos o que no quieren que vuelvan a Japón.
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