La finalísima de Wembley, que parecía un duro combate entre dos cuadros equivalentes, finalizó con un solo del Barsa, un festival con la orquesta sonando a pleno y atronando el cielo de Londres.
Por Jorge Barraza*
No les gana, los apabulla, los domina, los marea, los achica, los derrumba sicológicamente, los acorrala, los baila, los supera en todos los rincones del campo, los golea, los presiona, los inhibe, los alecciona, los pelotea, los desgasta, los maniata, los atonta, los enerva…
Y no les deja tocar la pelota.
Eso hace con sus rivales EL MEJOR EQUIPO DE LA HISTORIA DEL FÚTBOL, el Fútbol Club Barcelona, desde la llegada al banquillo de Josep Guardiola, un mesías que este deporte necesitaba para cambiar su rostro agrietado, embellecerlo y crear conciencia de que no existe negocio mayor que jugar bien, al toque y al ataque.
Además, ha puesto en aprietos a los partidarios de la tristemente célebre frase “prefiero jugar mal y ganar”. A los feligreses del tacticismo y el ultradefensivismo. A los que pegan, a los que especulan, a quienes hacen tiempo, a los que buscan broncas. Guardiola ha ganado 10 títulos en sus tres años como entrenador de Primera División. Pero, mucho más que eso, ha conformado el más brillante ballet futbolístico conocido. Y ha unido el arte con la victoria, belleza y eficacia. Ha reflotado el arte de jugar al fútbol.
Lo notable, casi fantástico, es que el planeta entero, desde sus adversarios hasta el público, pasando por los periodistas, todos saben cómo va a jugar el Barsa, cómo se va a parar, qué va a hacer en el campo. Y nadie lo puede anular ni evitar. Es imposible, casi, luchar frente a tanta convicción en un ideal. Ese toque reiterado, preciso, cortito, abrumador es el arma más devastadora que hayamos visto. Una defensa extraordinaria como la del Manchester, con cuatro fenómenos como Fabio, Ferdinand, Vidic y Evra, parecía una línea de torpes aprendices frente al juego dinámico y preciosista del cuadro azulgrana. Una defensa que en 12 partidos de Champions había recibido apenas 4 goles soportó 3 en sólo 90 minutos. Y pudo haberse llevado la canasta completa.
La finalísima de Wembley, que parecía un duro combate entre dos cuadros equivalentes, finalizó con un solo del Barsa, un festival con la orquesta sonando a pleno y atronando el cielo de Londres.
Esto es lo que hacen los verdaderamente grandes: el día que más se espera de ellos, más juegan. Fue un concierto magistral de Xavi y Messi, seguido con mayor o menor brillo por los otros nueve. Y el Manchester puede alegrarse de que Dani Alves tuvo una noche desafortunada, imprecisa, y que Iniesta no sintonizó a la altura de sus compadres. Si no estábamos hablando de goleada grande, de incendio en Wembley.
La fabulosa exhibición catalana reivindica a la Liga Española, siempre cuestionada por tener dos equipos que se cortan solos arriba. Si el Barcelona jugara en Inglaterra también sería campeón por 20 puntos de ventaja y les ganaría a todos. Lo mismo ocurriría en Alemania, Finlandia o Bielorrusia. A esta máquina el único que logra acercársele (a cierta distancia) es el Real Madrid, destaquémoslo. Con un estilo más prosaico, eso sí.
Intuíamos una final caballeresca. Y lo fue. Aún en la derrota, viéndose impotente y superado, el Manchester United no apeló al golpe para detener al contrincante. Apenas Antonio Valencia debió ser expulsado por acumulación de faltas fuertes. Aunque tampoco fue a lastimar. Entró varias veces con excesiva rudeza disputando el balón. Valencia no pudo sobresalir, tampoco Chicharito, porque es difícil no conseguir nunca el balón.
Apenas Rooney se distinguió por su golazo, en el que hubo una mínima posición adelantada de Giggs, aunque no daba para protestar. Cuando el fuera de juego es tan pequeño, el juez de línea queda absuelto por la velocidad de la maniobra. Y lejos de ponerse a llorar o a protestar, como tantas veces hizo el Real Madrid, Barcelona siguió jugando y buscando torcer el destino con fútbol. Frente a tanto derroche de calidad, el United pecó de poco ingenioso. No tuvo el mínimo talento para inquietar al campeón. Hizo lo que todos los demás equipos frente al Barsa: se defendió como pudo. Se le esperaba algo más.
Johan Cruyff, siempre cercano a Guardiola, declaró antes de la final que este podía ser el último partido de Pep en el Barsa. Sería un crimen de lesa fútbol. Este equipo aún tiene muchas funciones para deleitar y coronas por alcanzar.
El final está reservado a ese genio vestido de obrero llamado Xavi Hernández, extraordinario mariscal que domina los partidos casi a voluntad, con esa seriedad con la que aparenta no estar disfrutando el partido. Seguro mañana llega a la casa, deja el bolsito sobre una silla, besa a su esposa y le pregunta “¿qué hay de comer?”, como si volviera de la fábrica. Pero es que viene de darle otra Copa de Europa al Barcelona. Y de dirigir los violines.
Y el párrafo último para Lionel Messi, quien en cada salida al campo se empeña en demostrar por qué es el mejor del mundo. Y lo logra. Hace todo bien, la corta, la larga, el remate desde afuera, la gambeta corta, la asistencia a Villa o a Pedro, el freno, el enganche, el dribbling… Y siempre en función de equipo. A los 23 años ya acumula 5 Ligas de España, 1 Copa del Rey, 3 Copas de Europa, un Mundial de Clubes, un Mundial Juvenil, la medalla de oro olímpica… Y siempre como figura, goleador.
Nos vienen a la memoria los que, el 10 de enero último, tildaron de “disparate”, “descabellado” e “injusto” el Balón de Oro entregado a Messi. Él calla, elude hasta los micrófonos. Habla en la cancha.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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