Mourinho es el tipo que te roba la cartera y en vez de correr grita fuerte: “Ladrones, ladrones…” Y cuando llega la policía indica “por allá… se fueron por allá”.
Por Jorge Barraza*
Unión de Santa Fe estaba en la “B”. Quería subir sí o sí y contrató al Pulpa Etchamendi, célebre técnico uruguayo (no por sus revolucionarias tácticas ofensivas). El Pulpa ya había dado la charla técnica, las arengas individuales, todo. Con el equipo enfilando hacia el túnel, como que se acordó de algo y le dijo al zaguero de Unión: “Ah, Lombardi… en la primera entrada del nueve de ellos, se la pone en la garganta”. Hablaba de la suela. Lombardi miró, aún perplejo, porque lo iba conociendo, pero nunca terminaba de descubrirlo del todo. De hasta dónde era capaz de llegar el hombre. «Si, señor», dijo el back (así se lo llamaba antes) y cuando había rumbeado de nuevo hacia la escalerilla, otra vez el Pulpa que lo frena: “Eso sí, no se haga echar”.
Lombardi tenía claras las indicaciones, debía ir poco menos que a asesinar al punta de los contrarios. Lo que no sabía era cumplir la orden complementaria. “¿Cómo hago para matarlo sin que me echen?”, se preguntaba.
Lo mismo le pasó a Pepe en esta última versión Madrid-Barcelona. El brasileño, como siempre, debía cepillar a todos los catalanes posibles, pero cuidarse de ser expulsado. Sin embargo, el árbitro alemán Stark le estropeó el plan. Y explotó Mou, el carismático, el sagaz Mou: “¿Roja por eso…? ¿Dónde se ha visto…? A mí me daría vergüenza ganar la Champions de esta forma”, sintetizó José Mourinho su alocución tras el juego.
No le da vergüenza dejar en el banco el talento de Kaká, el deseo goleador de Higuaín, Benzemá, Adebayor para poner un equipo de ásperos combatientes. No lo abochorna el 21% de posesión de pelota jugando en el Bernabéu (¡el Real Madrid…!), no lo incomoda que sus jugadores vayan en todas las jugadas con la pierna mal, siempre con el pisotón listo, el manotazo presto, el reclamo a flor de labios. No, le da vergüenza el Barcelona.
La roja a Pepe estuvo bien. El universo neutral lo vio así. Pero Mourinho logra siempre desviar la atención. A fuerza de ruedas de prensa consigue equilibrar y hasta ganar la pulseada que pierde con nitidez en el campo. Es un ilusionista fantástico. Es el tipo que te roba la cartera y en vez de correr grita fuerte: “Ladrones, ladrones…” Y cuando llega la policía indica “por allá… se fueron por allá”.
Evidentemente estamos frente a un personaje colosal. Tiene un sistema prehistórico, que es el de abroquelarse atrás, hacerse bien fuerte en defensa y esperar un contraataque. Ha ganado mucho con él (aunque siempre en clubes de presupuestos altísimos).
Tiene millones de feligreses que creen ciegamente estar frente a un iluminado de la dirección técnica. Millones fueron convencidos de que formar un mediocampo picapiedra con Xabi Alonso, Pepe y Diarra es una genialidad. “El gran técnico del mundo”, “el hombre que con nada gana títulos”, “el que con ese cuadrito de dos pesos que es el Madrid casi le amarga la vida al Barcelona”. Le creen, lo adoran, lo entronizan.
El Madrid ha basado su leyenda en un estilo indomable, ofensivo, de ataque constante, en sus goles y sus delanteras ilustres, como aquella pionera de Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento, la que comenzó el idilio con el pueblo. Lo notable es que un enorme segmento de ese madridismo enamorado de la rebeldía de su club, de esa mística de ir al frente siempre, a arrollar, está hoy encolumnado detrás de Mourinho, lo defiende a rajatabla y hace suyas las teorías conspirativas de Mou. Un sujeto de una astucia fantástica y de una ínfulas jamás vistas, debemos reconocerlo.
Debe admitirse su capacidad para conseguir grandes resultados. Y los de esta temporada del Madrid lo son. Si no existiera el Barsa de Guardiola, sería campeón de todo el cuadro blanco. Debe convenirse que obtiene el máximo compromiso de sus jugadores. Han ganado la Champions anterior para el Inter defendiendo con el alma y han conquistado la reciente Copa del Rey dejando la sangre en el campo. Una demostración de entrega física y anímica ponderable.
Pero ha llegado con la propuesta de acabar el reinado del Barsa, y evidentemente no puede frente al fútbol más romántico, más bello, más ético y mucho más audaz y efectivo de Guardiola. Y esto le saca de quicio.
Nunca en la historia de la Champions League se han dado partidos tan volcánicos como estos Barsa-Madrid, que liberan represas de pasión, a favor de uno y de otro, e inundan el planeta fútbol. Una enorme porción de ese interés, de tal desborde, se debe a José Mourinho. Con sus chicanas al rival, su arrogancia, sus declaraciones altisonantes, genera admiradores y detractores. El jueves 28 de abril, el diario Marca en Internet registró su segundo mejor registro de visitantes desde que está en la red: 4.428.895 usuarios únicos.
La realidad es bien distinta, pero no la quieren soltar: el mundo Madrid sospecha (o más que eso, confirma), que el Barcelona va camino a marcar una era gloriosa de la mano de Messi como en los 50 y los 60 la estableció el Madrid liderado por Di Stéfano. Todo lo demás son cuentos del gran prestidigitador portugués.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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