En dos décadas Ryan Giggs tuvo seguramente diversas ocasiones de cambiar de club, sin embargo, decidió mantenerse fiel al United. Como sus centros a la carrera, la lealtad es su sello personal.
Por Jorge Barraza*
En el fárrago de partidos del miércoles 2 de marzo, entre Libertadores, Liga Española, Copa Inglesa, torneo alemán y yuyos diversos, pasó inadvertido un hecho infrecuente, fantástico: Ryan Giggs, el formidable extremo izquierdo del Manchester United cumplió 20 años en Primera División. Y aún más notable: los 20 con la misma camiseta. Nunca se fue, jamás estuvo desesperado por marcharse a otro lado “donde pueda ser feliz”, “enfrentar nuevos desafíos” ni ninguna de esas falacias o eufemismos a que apelan los futbolistas cotidianamente para justificar que, simplemente, se quieren ir a otro club para cobrar un poco más. “Acá gano diez millones de dólares y allá me dan once, ¿cómo no me voy a ir…?”
Desde luego, Giggs no juega en Honor y Patria de Avellaneda, está en una institución fabulosa que comparte la cima del mundo con el Real Madrid y el Barcelona. Pero en la codicia peloteril estas valoraciones tienen poco sustento. Nunca olvidemos a Figo. Era ídolo en el Barcelona, juntaba una montaña cada mes y virtualmente se fugó para fichar por el Madrid. O Ronaldo, que llegó al Barsa, tuvo un año de fábula y lo dejó plantado para irse al Inter. Había marcado 47 goles en la temporada 96-97, los hinchas azulgranas deliraban por él, sin embargo los dejó esperando en el altar y se entregó a los brazos de los tifosi negriazules… A quienes luego abandonó intempestivamente para firmar por el Madrid.
Claro, al final de la carrera este tipo de futbolista pasa a ser como el mestizo de la película, lo desprecian los blancos y lo detestan los indios. Figo terminó como el anticristo para los del Barsa y no siendo nada para los del Madrid. Ronaldo se tiene que organizar él mismo la despedida. Y con la camiseta de Brasil. Dos años acá, dos allá, uno en otro lado… ¿Qué club podría hacerle el partido homenaje…? No quedó identificado con ninguno.
Di Stéfano es el emblema, el presidente de honor y el ídolo máximo del Real Madrid. Él y su club son sinónimos, se han fundido en una sola pieza. Y ambos han salido ganando en esa asociación.
Si Messi es inteligente se quedará a vivir en el Barcelona. Permanecerá quince o dieciocho años allí, acumulará títulos en contenedores, superará a Kubala, a Cruyff, a Ronaldinho, a todos quienes fueron estrellas en el Camp Nou y se convertirá en bandera, en leyenda. Y además, no será precisamente un muchacho pobre: en 2010 (y esto es rigurosamente cierto), Messi facturó 42 millones de euros. De modo que está en el mejor club del mundo, en el equipo cumbre de la historia, lo aman, es su casa y tiene un bonito salario, ¿para que cometer la insensatez de cambiar?
Naturalmente, hay agentes que llenan la cabeza de los jugadores, esposas o novias que los perturban, padres entrometidos y presionadores que viven de sus hijos… Cuentan amigos cercanos de Raúl, el magnífico goleador español aún rompiendo redes en el Shalke 04, que a sus 18 años se le plantó al padre y le espetó: “Papá, desde este momento no quiero que te inmiscuyas más en mi carrera, si no vas a dejar de ser mi padre”.
Nunca más se involucró el progenitor. Raúl actuó 16 temporadas en el Real Madrid, siempre al máximo nivel. Anotó 323 goles, ganó 3 Copas de Europa, 2 Intercontinentales y 6 Ligas de España. Se fue cuando el Madrid, igual que a Di Stéfano, le dio el pase en blanco.
De todos modos, no son sólo factores externos. También está en cada uno hacer una carrera inteligente. Giggs la ha hecho. Es un profesional extraordinario, no se lesiona nunca, ni se resfría, siempre a disposición del técnico, aportándole al equipo seriedad, desborde, despliegue, goles importantes, sacrificio y unos centros refrescantes, deliciosos, servidos en bandeja como una cerveza helada para la sed de gol de cada atacante de turno. Antes, Mark Hughes, Eric Cantona, Dwight Yorke, luego Cristiano Ronaldo, Rooney, Tevez, Berbatov, Nani, hoy Chicharito Hernández…
Veinte años en la la cima del Himalaya futbolero. Nadie lo ha logrado. En 2008 batió el record de partidos de Bobby Charlton en el club: suma 863 salidas al campo y varios miles de entrenamientos. Las canas ya tonalizaron la cabeza de Giggs, pero no le han minado las piernas, está perfecto físicamente, es un auto usado, pero no destartalado. Y acaba de renovar hasta junio de 2013. No lo retienen por caridad ni por agradecimiento: es útil, se gana su pan.
En dos décadas Ryan Giggs tuvo seguramente diversas ocasiones de cambiar de club, acaso con contratos más altos, pudiendo cambiar de aires, explorar nuevas sensaciones. Sin embargo, decidió mantenerse fiel al United. No es un individuo demasiado carismático el galés. De haber salido de Manchester seguramente se hubiese extraviado en el anonimato. Así, es un personaje entrañable, un símbolo de Old Trafford. Estas décadas de lealtad significarán un siglo de cariño. Los chicos que hoy tienen 12 años y llevan la camiseta roja en la piel, podrán llegar a octogenarios, nunca olvidarán a Ryan Giggs. Cada vez que entra al estadio una ola de aplausos lo envuelve, flota gratitud en el aire.
A sus 6 años, la familia Giggs se trasladó de Cardiff, en Gales, a Manchester. Y de muy joven le ofrecieron a Ryan vestir la codiciada camiseta blanca de la Selección Inglesa, todo un honor. No obstante, se inclinó por la roja de Gales. Sabía que tendría menos posibilidades de trascender, que tal vez no jugaría nunca un Mundial (como pasó), pero privilegió su tierra natal.
Siendo jovencito, cuando sus padres se separaron, decidió tomar el apellido de su madre, que siempre permaneció con los hijos. Debe ir al mismo peluquero de siempre, Giggs. Como sus centros a la carrera, la lealtad es su sello personal.
*Ex articulista de El Gráfico, y director de la revista Conmebol, (c)International Press.
Descubre más desde International Press - Noticias de Japón en español
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Be the first to comment