Por Jorge Barraza*
«En 1978 jugaba en River Plate de Montevideo y nos dirigía el famoso Ondino Viera. Nunca entró al campo de juego, Ondino; ni se cambiaba, siempre de saco, daba indicaciones desde un costado de la cancha, pero era vivísimo. Un día me agarró y me dijo: ‘Mire m’ hijito, yo no quiero que usted ande con la pelota, usted juégueme en el área. Los defensas por lo menos una vez en los 90 minutos se equivocan, usted tiene que estar ahí y meterla. ¿Sabe quién va a ser la figura del partido?, usted; aunque la haya tocado una sola vez’. Esas palabras siempre me quedaron y en mi carrera en cierta manera las apliqué».
Quien evoca la enseñanza es Waldemar Victorino, aquel goleador de Nacional y de la Selección Uruguaya que marcó un suceso a comienzos de la década de los 80. Prototipo del «nueve» oportuno, rebotero y pescador, hizo el gol con el cual Nacional venció al Inter de Porto Alegre y ganó la Copa Libertadores; anotó el único tanto de la victoria sobre el Nottingham Forest en la primera Copa Toyota y convirtió el 2-1 sobre Brasil en la final del Mundialito. Todo en seis meses. En ese período el mundo pronunció su nombre.
La falta de gol es un mal endémico del fútbol de varios países: Colombia y Perú especialmente. Ambos tienen un problema similar. Se ha visto en este Sudamericano Sub-20. Desde su arco hasta el área rival (hasta ahí), Perú fue superior a casi todos sus rivales de grupo; todos hablan de las fallas defensivas, sin embargo el drama está en la red adversaria. Mientras no logre superar ese síndrome sufrirá en cada torneo que dispute, de cualquier categoría. Y volver a un Mundial le resultará quimérico. No existe el éxito sin el gol.
Hablamos de goles a nivel internacional, desde luego, en casa todos hacen goles. Con delanteros picantes, el equipo de Ferrín pudo haberle ganado a Argentina y goleado a Uruguay. Pero quedó eliminado por diferencia de gol.
Por ello, hacen falta maestros como Ondino que inculquen a los jóvenes la importancia del gol. ¡Basta de fútbol platónico: hay que meterla…!
La pregunta que se impone es: ¿se pueden fabricar goleadores? Reparemos en las palabras de Victorino, quien gritó seguido en Defensor Lima…
«Yo era un jugador menos que mediocre, pero tenía mucha fuerza de voluntad, entrenaba mucho, buscaba perfeccionarme, no falté nunca a un entrenamiento, ni con frío ni con lluvia ni con nada. Medía 1,73 y pesaba 72 kilos, fui el centrodelantero más chico que tuvo el fútbol uruguayo, no dominaba bien la pelota, no cabeceaba, le pegaba con una sola pierna, y no muy bien. Pero me cuidaba mucho, llegaba primero al entrenamiento y me quedaba después de hora a ensayar el cabezazo, el salto… Luego hice montones de goles de cabeza, eran mi especialidad. Para mí la suerte no existe, es todo decisión, preparación», cierra el autor de 388 goles.
Desde luego, se nace con cierta predisposición hacia un puesto, pero los maestros pueden inducir, enseñar a un delantero a partir de la ambición. Si se puede modelar a un zaguero, a un volante, también es posible esculpir delanteros, hay que trabajarlos. Muchas cosas se aprenden. Otras se modifican. Desde luego no el talento, la habilidad, la personalidad, sí otras facetas del juego.
El gol no viene solo, hay que buscarlo. El área no muerde, es preciso frecuentarla lo máximo posible. Y hay que patear al arco, menos pases y más remates. Pero estas no son premisas que deba impartir un periodista si no los técnicos de juveniles. El entrenador puede hacer mucho: reubicar a un jugador en el campo, enseñarle a poner el cuerpo para defender la pelota o para ganar la posición, mejorarle el cabezazo, pulirle el remate con ejercicios de repetición, enriquecerle la definición. «A los 40 años le empecé a pegar a la pelota mucho mejor a los 20», explicaba el Indio Solari. «Es que siendo técnico ejercitaba todos los días a los arqueros, cien, doscientos remates al arco. Y agarré una precisión notable».
También está en el propio jugador el querer optimizar sus condiciones. Cristiano Ronaldo, lo cuentan sus compañeros, dedica muchísimas horas al entrenamiento diario. Llega muy temprano al vestuario, hace pesas, ejercicios, y cuando el técnico da por finalizada la práctica no se ducha y se va corriendo; se queda a practicar tiros libres y otros movimientos.
Es más fácil destruir que construir. Una ventaja que tiene el defensor, y lo sabe. También sabe que, al menor descuido, el goleador le amarga la tarde. «Es lo que el delantero debe aprovechar, el temor latente de los zagueros», agrega Morete, autor de más de 250 goles entre River Plate, Las Palmas, Sevilla, Independiente, Talleres y Boca Juniors desde 1970 a 1983. Sus consejos para los jóvenes atacantes: «Nunca desfallecer, tener paciencia, los partidos duran 90 minutos. El defensor te cuida, te cuida, pero aparecés una vez y ¡pum! se define todo».
Otro terrible verdugo del área, José Francisco Sanfilippo (goleador en Argentina, Uruguay y Brasil), patentó la idea de «Poner entrenadores de delanteros, así como los hay para los arqueros». Y él es el primero en esa función, trabaja en las inferiores de San Lorenzo. «Si un arquero vale cien mil dólares y un delantero diez millones, ¿por qué hay preparadores de arqueros y no de goleadores…?», se pregunta.
*Ex articulista de «El Gráfico» y director de la revista Conmebol. (c) International Press
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