El escritor peruano es autor de obras claves para entender a un país que reúne «todas las sangres»
Nacido el 18 de enero de hace cien años, José María Arguedas logró trasladar su ser escindido entre dos mundos, el andino y el occidental, a algunas de las obras capitales de la literatura peruana, en una acto que demuestra una de sus máximas: lograr lo universal desde lo local.
Autor de algunas de las obras clave para entender la nación, o naciones, que pueblan Perú, Arguedas dedicó su vida a otorgar a la cultura andina y quechua el reconocimiento y valor que desde la conquista se le había negado por parte de las castas dominantes, blancos con vocación más europea que autóctona.
Todo ello mientras su personalidad insegura luchaba contra una tendencia depresiva que finalmente lo llevó hasta su trágico final a la temprana edad de 58 años: un tiro en la cabeza que el autor de «Todas las sangres» se disparó en un baño de una universidad limeña y que le produjo la muerte cuatro días después.
Arguedas nació en la localidad andina de Andahuaylas el 18 de enero de 1911, hijo de un abogado cuzqueño que ejercía de juez en diversos pueblos de la zona y de una mujer perteneciente a una acaudalada familia que falleció cuando el escritor contaba con apenas dos años de vida.
La muerte de su madre marcó la vida del literato, cuando su padre volvió a casarse y el pequeño Arguedas tuvo que trasladarse a la casa de su madrastra, quien lo despreciaba y terminó enviándolo a vivir con los criados indígenas de la hacienda.
Gracias a ese contacto, el futuro escritor creció «en las cocinas», imbuido en la visión andina del mundo, el lugar donde encontró el cariño que su madrastra le negaba y que sentó las bases de su personalidad, tal y como reveló muchos años después a su íntimo amigo, el pintor Fernando de Szyszlo, al asegurarle que en Lima siempre se sintió un extraño.
Desde esa posición, que le permitía hablar sobre el mundo andino no como el occidental que se acerca a dicha cultura sino haciéndola propia, Arguedas logró romper con el costumbrismo e incluso trascendió el indigenismo, logrando así dar gran entidad literaria a las historias de los hombres andinos.
«Soy un demonio feliz que habla en cristiano y en indio», dijo durante el discurso, titulado significativamente «No soy un aculturado», pronunciado al recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega poco antes de su muerte.
Salieron así de su pluma libros capitales como «Yawar fiesta», «Los ríos profundos» y «Todas las sangres», así como «El zorro de arriba y el zorro de abajo», su testamento literario inconcluso publicado dos años después de su muerte y que trató de reflejar el impacto de la migración andina en la costa.
Aunque sus principales estudios en la Universidad de San Marcos de Lima fueron de literatura, su especialidad fue la etnología, conocimientos que aplicó en continuos viajes a lo largo y ancho del interior de Perú con el objetivo de registrar y poner en valor las músicas, danzas y tradiciones de la sierra peruana.
El reciente reconocimiento que la Unesco dio a la «danza de las tijeras» al nombrarla Patrimonio Cultural de la Humanidad es impensable sin el trabajo previo que Arguedas realizó para llevar este baile, al igual que muchas otras manifestaciones culturales -también cantos y ropas-, a los teatros y plazas artísticas del país.
Tras obtener numerosos galardones, como el Premio Nacional de Fomento a la Cultura, Arguedas fue nombrado en 1963 director de la Casa de la Cultura Peruana y luego del Museo Nacional de Historia.
Para entonces el autor de «Los ríos profundos», su obra maestra para muchos, ya contaba años luchando con una profunda depresión, que incluso le impidió escribir durante cinco años y en 1966 le llevó a un primer intento de suicidio.
Aunque contó en su vida con el reconocimiento de intelectuales y artistas y un gran cariño del pueblo andino, no pudo sobreponerse a su estado de ánimo y tres años más tarde acabó con su vida.
Sin embargo, uno de los últimos recuerdos, apenas dos días antes de su muerte y que sus amigos tienen de él, muestra a un Arguedas distinto: en una fiesta patronal andina, el maestro canta, baila y se divierte con su cercano pueblo de la sierra.
Así al menos lo recuerda el maestro del charango (pequeña guitarra andina) Jaime Guardia en un reciente artículo del diario El Comercio: «No entiendo por qué dicen siempre que Arguedas fue triste, si él era alegre, bailarín y le encantaba contar chistes en quechua». (Paco de Campos/EFE)
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