ENTRADA
Por Javier Arévalo
Había en mi barrio un estudio fotográfico, Susart se llamaba, donde nos hacíamos las fotos carnets. Por una docena, nos regalaban un retrato tamaño pasaporte. Aunque en blanco y negro, era evidente que en esas fotos todos teníamos los ojos claros. El estudio las retocaba, afilaba las narices, arreglaba cicatrices y nos blanqueaba: todos parecíamos anglosajones.
Me pregunto si la imagen que nos daba esa foto retocada me alimentaba el ego, me daba más confianza o me aplastaba con la certeza de que en realidad yo no era tan bonito y que para serlo había que pasar por el lápiz del señor retocador o por un bisturí. No lo recuerdo, pero acabo de leer una biografía de Michael Jackson, y comprendí su locura.
Michael Jackson no tuvo tiempo de desear tener una vocación: a los cinco años era la voz principal de los Jackson Brothers, y a los 10 era una estrella del pop.
Nunca tuvo amigos de barrio, novia de barrio, su padre lo golpeaba si equivocaba un paso o erraba una nota. Ganaba mucho dinero, pero él solo pedía algo para comprar caramelos.
Su padre le había dicho siempre que tenía una nariz fea, ancha, y que la había heredado de la familia de su madre. En la adolescencia lo atacó un acné terrible. Él era la cara principal del grupo, era una estrella pop adolescente y tenía granos.
Cuando tuvo 21 años, la mayoría de edad en Estados Unidos, huyó de la tutela paterna y creó ese mundo de Peter Pan en el que él nunca crecería, siempre sería un niño hermoso y blanco. Todas sus operaciones corrieron a cuenta de ese sueño.
Cuando murió, era efectivamente blanco, no parecía un hombre de cincuenta, su nariz era de Barbie y su quijada de Ken, y estaba casi en bancarrota.
¿Se daría cuenta Michael Jackson, al final, del monstruo en el que se había convertido? Mentía sobre sus operaciones y su blanqueamiento, los negaba y afirmaba vivir una tristeza infinita porque nunca tuvo niñez.
Pero quizá esa tristeza no la producía el haber perdido su niñez, sino el de no aceptar que ésta ya había pasado.
Todos podemos ser más de lo que somos: desarrollar nuestras capacidades intelectuales, mejorar nuestra condición física, incrementar nuestro patrimonio, tener más amigos, ser más delgados o más musculosos, e incluso recurrir a la cirugía para rejuvenecer.
Cuando veo mi foto retocada, me veo un chiquillo, y me da nostalgia, pero no me entristece. Sé que físicamente no volveré a ser ese muchacho, pero un día compro una cometa y la vuelo, como helados sin pensar en mi gordura, camino por sardineles, haciendo equilibrio y me siento en el suelo de la calle, a esperar el micro, como cuando era un adolescente.
Descubre más desde International Press - Noticias de Japón en español
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Be the first to comment